Público

Miro la última pieza que publiqué y hace ya tres meses. Cómo pasa el tiempo. Hoy me decido a escribir espoleado por el día, en este caso por un buen día. La atenta lectora se habrá dado cuenta de que es Sant Jordi, el día del libro, y como un servidor de ustedes mora Barcelona, pues estoy en el lugar adecuado en el momento adecuado.

La pieza se intitula público, por muchas de sus acepciones. Por un lado público había, a raudales, en la calle. Ese público que compra libros, que a veces los lee, que acude a presentaciones de los mismos o a otro tipo de eventos más o menos cultureta, o que escribe en las redes sociales sobre lo que le gusta.

Por otro lado esta la acepción del personaje público, y de eso ha habido hoy bastante.

Paseando con mi señora y mi vástaga hemos dado con Ada Colau y con la ministra de trabajo, Yolanda Díaz. Como buenos “gruppies” allá que hemos acudido y hemos inmortalizado el momento, con sendas fotos. Tengo que decir que han estado muy simpáticas, ya no se decir si de forma impostada o de corazón, yo diría lo segundo, y mi comentario, verbalizado y pensado, a lo largo del día es “hay que ver el coñazo que tiene que ser ser un personaje público”.

¿Usted se imagina dar un paseo por la calle de su ciudad, o de otra cualquiera, y que le miren, le paren o le increpen a cada paso? No se si es el caso de estas dos personas, pero no me extrañaría. Por supuesto podemos acudir a todos los lugares comunes, como “les va en el sueldo”, “si no les gusta”, y usted acaba la frase como quiera, etc. Yo solo digo que prefiero ser pobre, honrado y además desconocido, que no anónimo, como señalaba mi profesora de lengua y literatura del instituto, porque nombre tengo.

Pero ahí no ha acabo la sesión de personajes públicos. Haciendo cola para que nos firmaran sendos ejemplares del libro de sendos autores, Juan José Millás y Luis Arsuaga, hete aquí que el gachó con el que tenía que compartir mesa y mantel (literal, en los dos sentidos) era El Coletas. Y ahí va el tío, se presenta, con sonrisa de oreja a oreja, ya sin coleta, y a darle a la matraca, a firmar libros, a hacerse fotos y a estrechar manos.

De nuevo los lugares comunes, pero yo me he quedado maravillado de lo aparentemente bien que lleva eso de la fama. Y ojo que el personaje es de los que seguro que más de una vez han sido interpelados en la rue para decirle de todo menos bonito.

Mi santa le ha dicho, me ha contado a posteriori, a Juanjo Millás que yo tengo una imaginación como la suya. Lo que seguro que no tengo es ni su talento para la escritura ni la voluntad de plasmar lo que pienso, de manera profesional o amateur. Y por eso ha sido en parte el desquite de hoy, volver a escribir, que mira que llevaba meses sin hacerlo.

Ya he dicho más de una vez que me debato en mi fuero interno entre el hacer las cosas por el mero hecho de hacerlas o que tengan impacto en los demás, no tanto, lo digo sinceramente, por satisfacer mi ego personal sino por poner mi granito de arena en mejorar este mundo un poco de mierda que se nos está quedando.

Por un lado ahora trabajo para una multinacional, “devil corp”, como dice un compañero, atrás quedaron mis años de cooperativista. ¿Por qué lo hice? Por una expectativa y una certeza, que no una cerveza.

La expectativa es estabilidad laboral. La certeza es cobrar una buena mortajá, al menos para la que uno está acostumbrado.

¿Y por qué les cuento todo este rollo patatero? Porque dos de las personas públicas que he visto hoy, podríamos decir que el fantasma del pasado, el del presente y el del futuro un poco todos juntos, me dan que pensar. Siendo El Coletas una persona que nunca acabé de ver, siempre con el ceño fruncido, le reconozco que ha sido un auténtico guerrillero dentro del Gobierno, un auténtico “follonero”, sin el cual creo que por ejemplo nunca se hubieran conseguido pequeños logros, como el incremento del salario mínimo interprofesional.

Nótese que desde que ha dejado la primera línea política, no se si la mujer también, tiene mejor cara, hasta sonríe, doy fe.

Por otro lado tenemos a Yolanda Díaz. Imposible hacerlo mejor en menos tiempo. Todo lo que haya podido conseguir esa persona estoy completamente seguro que se lo ha ganado a pulso. Y además, y eso es nuevo, con una sonrisa y a base de negociación, sin, aparentemente, violencia de ningún tipo.

Y claro, aunque suene un poco pretencioso compararme con esas personas, lo que hago es juzgarme a mi mismo. Si me atrevo a juzgar a personas públicas que apenas conozco, debo hacer lo mismo conmigo mismo. Creo que los tres, cada uno a nuestra manera, tenemos la voluntad de mejorar el mundo en el que vivimos. La diferencia es que ellos lo han hecho, por muy modestos que hayan sido sus logros, y yo no. Bueno, por ser justos, yo he mejorado un poquitito de nada el mundo, en mucho menor medida que ellos dos.

Pero ahora viene el yang, el reverso de la moneda. Ellos han entrado en el sistema, hasta el punto de que uno ya ha salido escupido del mismo, y yo no. ¿O no? ¿No es entrar en el sistema aceptar trabajar para una transnacional? Siempre le he criticado que al entrar en un sistema que saben desde el minuto cero que no tendrán capacidad de cambiar desde dentro están, en última instancia, colaborando en su perpetuación. Cuando critico al converso Carmona por ser directivo de una energética me pregunto: ¿soy yo distinto de aquél al que critico?

Por supuesto no tiene nada que ver. Yo soy un matao que no puedo elegir donde trabajar, y el amigo Carmona va de invitado. Soy plenamente consciente de las diferencias.

En fin, que igual como mucho me animo a intentar que lo que escriba o diga, es otro proyecto que tengo en mente, llegue a más personas. Eso si lo tengo claro, que sin promoción no hay nada que rascar. Y para muestra un botón. Todas esas personas que hoy han firmado libros siendo bien conocidas. Lo único que me da es un poco de pereza, pero bueno, ya se verá.

De momento sigo en lo mismo, en escribir por placer, sin más pretensiones, eso si creo que puede ser una receta de éxito. Porque al final cualquier actividad que pueda ser placentera acaba siendo odiosa cuando se pretende hacer una profesión de la misma, como el deporte o el sexo.