Esencia

Acabo de terminar uno de los mejores libres que haya leído en mi vida, y ya son unos cuantos. Y como tantas cosas en mi vida he llegado tarde, pero he llegado, a él. No se puede decir que sea un cable de último minuto, como algún personaje de Mafalda respondía a su profesora de historia en alguna viñeta, pero ¿qué importa si es una buena historia, y además, es tan vigente hoy en día, casi un siglo después de ser escrita?

Se trata de The Grapes of Wrath, de John Steinbeck, que consultando en la Wikipedia veo que fue escrito en 1939. Es curioso porque empecé el libro hace un tiempo y lo dejé, no me enganchó. Más tarde lo volví a descargar (lo confieso) y cuando empecé a leerlo me dije “este no es el mismo libro que empecé a leer”, y es que curiosamente hay otro libro con título casi idéntico, creo que sin el “The” inicial, escrito por un militar yanqui y no tiene nada que ver.

Aclarado este entuerto me puse a leerlo en mi lector de libros, cosa que como ya he dicho en alguna ocasión, pero qué más da reiterarse otra vez, no es lo que más me gusta. Pero, y de nuevo me repito más que el ajo, por otro lado no quiero darle un céntimo, como diría mi madre, a Amazon o similares, por lo que comprarlo en inglés en papel tampoco me hacía mucha gracia. Total, que me lo he leído, a buen ritmo, en el cacharro digital, y para el caso lo he gozado.

Tengo que decir que lo bueno de leerlo en ese formato es que me permite darle a un segundo gadget, que es el traductor de Google, no me sonroja admitirlo, Google Lens se llama creo, que permite colocar el móvil enfrente del texto en inglés, y obtener la traducción casi ipso facto en castellano, en mi caso. Como la superficie es plana es mucho más rápido enfocar, también ayuda usar un pepino de móvil, cortesía de mi actual empleador, por lo que tengo que confesar que es infinitamente más rápido que dejar el libro a un lado, con un marcador, abrir un diccionario, buscar la palabra, etecé etecé.

Otra cosa que me ha costado es quedarme con una sola palabra, un solo concepto, para ser fiel a una de las pocas reglas que tiene este diario, que no es otra que intitular, salvo raras excepciones, con una sola palabra cada una de las peroratas que contiene.

Algunas de las portadas que no fueron, como hace, creo todavía, El Jueves, serían “final”, “rotundo”, “miseria”, etc. Pero creo que “esencia” cubre lo que me ha transmitido el libro. No voy a destriparlo demasiado, por si hay alguien por ahí que lee esto y no ha leído aquello, pero la sensación que me produjo su lectura fue la de desnudez, la de mostrar lo esencial, en su forma más cruda, de la vida humana, en su sentido biológico. Es decir, las acciones que a lo largo del día lleva a cabo un ser humano para sencillamente llegar a la noche a la espera del próximo amanecer.

No me refiero a toda esa panoplia de términos, con colores y brilli brilli, que los libros de auto ayuda, redes sociales u otros artefactos contemporáneos nos muestran, sino a lo esencial, de lo que no se puede prescindir. A saber: despertar, alimentarse, trabajar, cobrar la paga, pagar la comida, comer, y acostarse. Lo de reproducirse merece capítulo aparte que de momento no destripo.

El contexto de la historia es bien conocido, la devastadora crisis posterior al Crack del ‘29 en Estados Unidos. Una familia, los Joad, se ven desposeídos de sus medios de subsistencia y, proletarizados, a emigrar a la tierra prometida, California, en busca de trabajo.

Todas las tribulaciones que pasa la familia son un retrato, desconozco si fidedigno o no, de las calamidades que tuvo que pasar tanta y tanta gente en aquella época, que son bastante menos severas de las que hoy día siguen pasando lamentablemente millones de personas. Por supuesto es objetable el hecho de que porque sean yanquis los que por una vez padecen la miseria no significa que ésta sea más severa que otras. Yo al menos por esta vez me quedo con el magnífico retrato de Steinbeck, que como tantas obras ha envejecido muy bien, porque te permite cambiar fechas, lugares y nombres, para dejar incólume lo esencial del libro.

Otro aspecto que me ha gustado mucho es el constatar, una vez más, que las que evitan que la familia, en un sentido extenso, se desmorone sean las mujeres, en este caso “Ma”, o la madre. Y que como lamentablemente es frecuente en otras ocasiones, los que no tienen demasiados recursos para enfrentar los problemas, o los que directamente los crean, sean hombres.

Finalmente quiero mencionar el final. Bueno, antes de ir a ello, he olvidado mencionar la trama. Al menos a mi me ha mantenido enganchado durante todo el, creo que extenso, libro. Digo que creo que extenso porque cuando se lee en el dichoso lector de libros el progreso se muestra en porcentaje, y cuesta un poco traducir eso a páginas, pero en última instancia da un poco igual. Todos los avatares por los que pasa la familia son de sumo interés, tanto porque son entretenidos en si, como porque hacen un bosquejo de la realidad en la que buena parte de un país se vio sumergido en los años 30 del siglo pasado.

Se concatenan una seria de sucesos, todos ellos en cierto modo previsibles pero por otro lado interesantes, narrados de una forma que podríamos denominar objetiva, con una cierta distancia, que los hacen creíbles, plausibles. Me recuerda, y se que la comparación es bien extraña, a lo que sentí leyendo Los Miserables, de Víctor Hugo. La diferencia que de nuevo recuerdo, en la literalidad del significado de la palabra recuerdo, es que los interludios de The Grapes of Wrath no son los de la decimonónica Los Miserables.

Y ahora si, el final. A medida que el final de la obra se acerca se desencadenan hasta tres hechos dramáticos, trágicos, que no voy a concretar de nuevo por si alguien quiere leer el libro, ingenuo de mi. Por emplear algunos eufemismos podríamos intitularlos calamidad, fin de una vida y quizá, solo quizá, la continuidad de otra.

Toda una alegoría a una visa salvaje, conectada con el medio que trabajan y del que subsisten, muy cerca de la tierra y del agua.