Hemeroteca

Está a la orden del día la expresión “tirar de hemeroteca” o que tal o cual afirmación “no soporta la hemeroteca”. La pregunta que se hace este ministro sin cartera es: ¿cual de mis propias afirmaciones soportarían ahora la hemeroteca?

No se si esto le pasa a ustedes, pero últimamente me pregunto si algo de lo que dije tiene todavía sentido, si se me aplicase lo que le exigimos al resto de los políticos quedaría algo incólume de lo que dije o de lo que pensaba.

La ventaja de lo segundo respecto a lo primero es que no deja huellas. Es como ese intento de paliza cañí consistente en sacudir a la víctima con una malla de naranjas, magistralmente descrito en Vamos Juan.

Respecto a lo primero, lo de poner por escrito las cosas, pues ya se sabe, la tinta la carga el diablo.

La última de las que me acabo de cascar, y de esto solo hace unos días, es la de que mejor sería para el reino de España retirarse de Ceuta y de Melilla. Reconozco que lo dije medio en bromas, pero también medio en serio. Y por supuesto sin poner un solo pie en la zona y tener muy poca idea de qué son Ceuta y Melilla, aparte de sendas ciudades.

No quiero ahora entrar en sesudos debates sobre la crisis producida estos días entre Marruecos y España, que hasta donde se se ha saldado con tres víctimas (no le añado lo de “inocentes” porque es un pleonasmo), sino en la autocrítica, en particular de las personas que al desconectarnos ciertamente de “lo posible” nos permitimos emitir opiniones algo extemporáneas.

¿Y qué quiero decir con esto? A riesgo de simplificar trazo un retrato robot de persona de extrema izquierda, entre las cuales me identifico. Dícese de la sujeta, escasa en número, en riesgo severo y cierto de extinción, que sostiene posturas políticas, filosóficas y ante la vida en general que tienen un difícil encaje práctico en la vida real. Suelen ser aproximaciones maximalistas, que tienen precondiciones poco probables de que se cumplan jamás, como por ejemplo la fraternidad entre todos los seres humanos, y que no deben obediencia a nadie ni a nada. En el terreno dialéctico se mueven en el contrafáctico, que como es indemostrable, pues eso, no se puede rebatir.

Bajando la cosa a un terreno más mundano, y siguiendo a mi amigo Tonino, cuantos bocatas de palabras me habré tenido que comer en mi vida….

Esta podríamos denominar “actitud ante el mundo” no es no buena ni mala. Al final la realidad te pone en tu sitio, y si eres una persona con algún tipo de responsabilidad, aunque sea ante una misma o ante algún churrumbel, se te quitan las tonterías pronto y tienes que tomar decisiones tan poco revolucionarias como cuando se apaga la tele y nos vamos todas a dormir.

Hasta ahí este ministro no se siente del todo incómodo, pero si que me ha dado un poco que pensar cuando en uno de mis programas de cabecera, Ampliando el debate, se hace mención a que muchas de sus seguidoras son “magufas”. A falta de una definición más precisa podríamos decir que son aquellas personas completamente despegadas de la realidad que elaboran o siguen teorías que explican el mundo en función de lo atractivas que le suenen. De golpe y porrazo se ha liberado de la pesada carga de argumentar, de leer, de entender, de contrastar, de escuchar, por qué no, nada de eso. Simplemente basta con decir que las terceras o cuartas dosis de las vacunas, para el año que viene, se explican por los intereses de las farmacéuticas.

Y ojo, que es verosímil, pero le falta el resto de las propiedades que he descrito anteriormente para poder ser cierto.

Y claro, ¿qué problema le veo yo al “magufismo”? Pues que no sirve para nada. Y eso si que es algo que no diré que me obsesiona, pero si que creo que es uno de los “principios rectores”, si se puede emplear ese término, que intento aplicar en mi vida. Si algo no sirve absolutamente para nada, pues igual dedicarle a lo sumo una cantidad moderada de tiempo, y nunca hacer de esa actividad el centro de la vida de una.

Se puede objetar que muchas “causas perdidas”, como la de los palestinos musulmanes, o la de los armenios, así, en general, igual podrían caer en ese saco. Yo creo sinceramente que no. Una cosa es que el objetivo sea difícil de conseguir, y otra cosa bien distinta es empezar a escribir y leer sobre teorías que por supuesto no tienen ningún viso de ser ciertas, pero que además no nos van a servir como herramienta para absolutamente nada.

El maximalismo, que es otro de los pecados que nos acachan a las extremaizquierdosas, no creo que sea problemático en si. Por supuesto que el gradualismo, el reformismo, u otras aproximaciones que pueden ser consideradas o no excluyentes, dependiendo un poco de la escuela ideológica a la que nos queramos adscribir, podrían sonar más razonables, más conseguibles.

El problema es la impostura, el subterfugio, la mentira y el engaño de los profesionales de la política. ¿Qué quiero decir con esto? Que si para llegar al objetivo maximalista de la abolición de la propiedad privada antes tuviésemos que pasar por la propiedad colectiva estatal de todo lo que se menea y de lo que no se menea, pues hasta podríamos hablar del peluquín. El problema es que décadas más tarde se ha visto que nada de eso es cierto, y que el “ya veremos” es lo que abunda.

El esquema es muy sencillo. El político (de izquierdas) dice que es una de las tuyas, y que necesita tu voto para poder hacer lo que tanto desea, lo que tanto anhela. Tu vas y le das el voto, y luego que si jugamos como nunca, perdimos como siempre, que no hay rival pequeño y todos los tópicos que se quiera. Al final los objetivos no se consiguen. Lo único cierto es el bienestar material de esos profesionales de la política, muchas veces a costa del malestar del resto de paganas y votantes.

Pero no perdamos el foco, hemeroteca. Aunque seamos maximalistas, que pidamos lo imposible y esas zarandajas, analicemos de tanto en tanto lo que decíamos, nuestro discurso, y veamos si cinco o diez años más tarde sigue siendo válido. Creo que hacerlo nos puede ayudar a afinar. A concretar aquello que deseamos, el por qué lo queremos, el cómo se puede conseguir. No hacerlo puede dejarnos caer en el magufismo.