Colapso y cambio climático, dos amenazas relacionadas, ambas causadas por la acción humana. De lo primero, origen humano, y lo segundo, cambio climático, parece todavía haber dudas a nivel científico, pero eso lejos de ser algo negativo debe percibirse como la garantía de que todavía hay algo que escapa al poder del dinero, la ciencia. Con todas las limitaciones que todas conocemos, pero el dinero que yo sepa todavía no ha modificado el método científico y sus bases.
Hecha esta disquisición quería centrarme hoy en la relación que veo entre colapso y cambio climático. Colapso es sin duda un término negativo, y como ya he dicho en otras ocasiones, a las que estamos por cambiar el mundo que habitamos, y si es hoy mejor que mañana, se nos tienen que ocurrir términos en positivo, que ilusionen, y no funestas amenazas. Muera el color negro y la indumentaria marca Quechua, arriba la higiene corporal, los olores agradables y las sonrisas. La revolución será atractiva o no será.
Colapso, como digo, no suena a nada bueno. No estamos hablando de crisis, que las que hemos estudiado historia sabemos que pueden ser definidas como cambios más o menos abruptos en el devenir de un cierto ámbito (civilizaciones, empresas, personas, religiones, etc.) y que producen una serie de cambios, donde habitualmente unas pierden y otras ganan. Mi definición patillera de colapso es una crisis, un proceso de cambio, con dos cualidades, entre otras: que no es querido por la mayor parte de las personas que lo sufren, y que afecta muy negativamente a esas personas afectadas.
El colapso hay quien lo sitúa a nivel económico, como la incapacidad de un sistema capitalista de proveer de bienestar a amplias capas de la sociedad. Hay quien lo ve, además, en el plano cultural o civilizatorio, como el hundimiento de todo un marco mental que dábamos por supuesto, e incluso quien va más allá y dice o al menos insinúa que la propia especie humana está en peligro de extinción, en este caso de autoextinción.
Yo lo que digo es que no quiero verlo, no quiero vivirlo, como que no me apetece vivir un colapso, ni siquiera para ver qué sesuda científica social (todo un oxímoron) tenía razón. Vamos, que si puedo hago lo que esté en mis callosas manos para evitarlo, aunque sea uniendo mis escasas fuerzas con extrañas y poco deseables compañeras de viaje, ya que hay mucho en juego.
Mi tesis es que no creo que sea tan importante si se va a producir un colapso o no, sino por qué demonios las poderosas, las que realmente tienen la capacidad de hacer cambios, apuran tanto. De hecho la pregunta reconozco que es absurda, porque la respuesta es probablemente que a ellas les va de puta madre esta sistema, que viven a cuerpo de rey, y, esto si que hay que decirlo, probablemente les importa una mierda la vida del resto de personas a excepción de un reducido número de ellas, amigas y familiares, que tienen la capacidad de proteger.
Reformulo la pregunta: ¿por qué las demás aceptamos ver Netflix y correr el riesgo? Puede parecer un planteamiento demagógico pero creo que hay una clara relación entre el actual sistema industrial , la depredación del medio ambiente y una caterva de acontecimientos climáticos que no deparan nada bueno.
No se si el sistema colapsará, yo cada vez creo menos en que lo vaya a hacer, sino en las consecuencias atroces que está teniendo en el medio ambiente nuestra forma de vida. Aquí, es cierto, conviene distinguir el primer mundo del resto. Dicho de otra forma, en realidad las capas que vivimos más o menos bien gracias al capitalismo somos una minoría respecto a las que viven mal, a causa del capitalismo, de las religiones, de otro tipo de fanatismos o de la pobreza, así, en general. Mi mirada eurocéntrica me traiciona, pero me cuesta francamente ponerme en la piel de una persona de la India cuyos familiares están cayendo como moscas víctima del coronavirus porque no hay respiradores. Como que no me sale dármelas de progre. Empatizo, y lo pongo de manifiesto, diciendo que ellos son la mayoría. Fue, es y será que no menos de la tercera parte de la población mundial la componen China y la India. Sin embargo en los relatos que hemos consumido siempre obviamos esa parte del mundo, y de hecho conocemos bien poco.
Bueno, eso da para otra pieza, volvamos al colapso y al cambio climático. Con todas las limitaciones que se quiera ver, como que la manta no deja de menguar, y deja cada vez más vergüenzas al aire, o que su grosor y calidad no es lo que era, hay que reconocer que el sistema industrial y uno de sus hijos, el capitalismo, es maestro en darte lo bueno y ocultarte lo malo. Eso si, si has tenido la fortuna de nacer en el lugar correcto del planeta tierra. Porque si no has nacido en el lugar correcto, lo identificas y pretendes entrar, ya sabemos lo difícil que resulta.
Hay mucha información sobre la relación entre ese bienestar material que la sociedad industrial nos provee, como por ejemplo este flamante portátil que en realidad me ha costado cuatro duros, o la conexión a internet de banda ancha de la que nos resulta prácticamente imposible desprendernos, y los estragos en el medio ambiente que se producen. Claro que nada de esto es nuevo. Escuchaba un programa en el que se mencionaban los estragos producidos por minas a cielo abierto en época de los romanos. El problema es de escalas, del ritmo frenético de destrucción al que nos vemos abocados.
Si las consecuencias que va a tener para la especie humana el calentamiento global y la escasez de agua dulce, entre otras cosas, no se saben con certeza, ¿no sería más sensato no jugársela? Supongo que no por dos motivos. El primero es que no se percibe ese tipo de amenazas, que aquí no va a pasar nada. Y el segundo que la tecnología todo lo arregla.
El problema es que la tecnología precisa de materiales, y estos son los que son. Fíjense que ya no cuestiono que se vaya a realizar en tiempo, veremos la forma, una transición de las energías fósiles a las renovables sin tener que reiniciar el ordenador del capitalismo, pero yo no veo de qué forma se va a sortear problemas como el aumento de la temperatura global o la escasez de alimentos. Por mucho que se nos venda la milonga, que no dudo que pueda ser parcialmente cierta, de que las eficiencias van a reducir a su mínima expresión los insumos, tanto de energía como de materiales, no me salen los números.
Una sociedad compleja como la que vivimos, con una demanda cada vez mayor de tontás, consume cada vez más energía y materiales. Y tenemos la mala costumbre de reproducirnos y de vivir cada vez más años.
La propuesta es sencilla, ir a la raíz del problema y no buscar atajos. Ir a los grandes caladeros de recursos, que son cuatro y sabemos quienes son, y por las buenas o por las malas, reclamar que esos recursos son de todas. Con ese reparto de recursos tendremos para que todas vivamos una viva que merezca la pena ser vivida, incluso ese tercio de la población mundial de la cual no queremos saber nada.
Y una vez que todas tengamos de todo, les aseguro que disminuir el impacto medioambiental será coser y cantar. No acepto como algo indefectible la idea de que tengamos que volver a las cavernas. Podemos vivir bien todas si, y esto nunca se dice y se obvia, si previamente se reparte lo que hay.
La trampa dialéctica consiste en presuponer un marco que no se puede cambiar, tan inmutable como que la tierra gravita alrededor del sol. No he dicho que la tierra es esférica, porque seguro que hay mucho terraplanista. Y esa precondición es que el mundo es como es y no se puede cambiar. Y por supuesto entre esas propiedades inmutables se encuentran los ricos, que por supuesto se han ganado lo que tienen y que no se les puede quitar. Pues va a ser que no, que no hay ningún derecho que les ampare a viajar en jet privado o a tener un coche para cada día del mes, que gasta más gasolina que un pirómano en agosto.
Ni colapso, ni decrecimiento ni puñetas, tomemos lo que es nuestro, no asumamos riesgos innecesarios y pensemos un poquito más en las demás, las que están y las que sin duda vendrán.