Los últimos ocho milenios de historia humana, desde la perspectiva de la desigualdad, se pueden resumir en “cuando el neolítico entra por la ventana, lo hace acompañado de la desigualdad”. Ya saben, aquello de los excedentes y su acumulación en unas pocas manos. Y pasa lo que la sábana de esta noche, que cuando mi hija tiraba de la misma, pues me quedaba yo con el culo al aire. Es lo que tiene un juego de suma cero.
Se que es un ejercicio muy “agossarat”, que diría un catalán, lo de resumir tantos años en una sola idea, pero es funcional, creíble, se sigue dando hoy en día y si alguien tiene una explicación mejor que la ponga encima de la mesa.
Y si damos por buena esa idea, ese pecado original, ¿cómo diablos tantas y tantas menesterosas se dejaron embaucar para depositar, solícitas, el fruto de su trabajo en esas pocas manos? Pues de nuevo viene este vetusto ministro con sus ideas sencillas para problemas complejos: la religión.
La religión ha sido un instrumento imprescindible para justificar no se qué mandangas acerca de que unas personas se lo merecían, como Míchel cuando marcó dos goles contra Corea del Sur, y otras no se lo merecían.
Puede objetarse que en el mundo han sido todo tipo de religiones, algunas de las cuales subversivas contra el poder, liberadoras, individualistas, espirituales, y todas las variantes que ustedes quieran, como ginebras en estantería de bar de moda. Yo me refiero a las que se han impuesto, fundamentalmente las tres monoteístas.
No voy a hacer aquí un sesudo análisis de los distintos mecanismos que han empleado las religiones para justificar la desigualdad, entre otras cosas por escasez de encéfalo, pero si quiero conectar este esquema con la religión en su versión dos punto cero, pero déjenme un momento para pensar qué nombre le voy a poner.
Pasados unos minutos, que ustedes lectoras no habrán notado, no se me ocurre un nombre, por lo que vamos a quedarnos en el término más odiado por la derecha, que es el de capitalismo. Claro que ha habido solape entre capitalismo y religión, de hecho me gusta recordad cuando peroro con mis amiguetes que la mayor parte del mundo, aún hoy, vive en una dictadura y cree en algún tipo de Dios.
Lo que sucede, y esto es innegable, que la tendencia en los países de mayor PIB, por usar un término más o menos neutro, creo que va a la baja. Igual peco de optimista, pero eso es lo que a mi me parece. Si un número nada despreciable de personas en esos pocos países (¿ponemos un octavo de la población mundial?) sabe leer y escribir, tiene la barriga llena y algo de tiempo para pensar, llega a la siguiente reflexión: con lo que a mi me cuesta ganar el dinero, ¿por qué tengo que pagar impuestos?
Como pueden ver nada sospechoso de bolchevismo. Pues aquí entran en juego, por fin, las protagonistas de esta pieza: las sacerdotisas. Ya no son hombres, mujeres o viceversa vestidos con túnica blanca, de idéntico color a su cabello, imbuidos de sabiduría y respetados por la comunidad, que contestaba de forma certera a cualquier pregunta que se le formulase. En la actualidad tienen forma de sesudas periodistas, de profesoras de universidad, de economistas, de tecnócractas.
Donde antes había espíritu ahora hay conocimiento. “Los expertos”, que suelen citar los periódicos sin aclarar demasiado bien quienes son. “Un estudio” es otra forma, de nuevo, que usan los periódicos para dar una pátina de cientifismo, y por tanto de verdad incontrovertible, a una afirmación que posiblemente sea tendenciosa y esté patrocinada, de forma directa o indirecta, desde un oscuro despacho con una persona de rostro oculto acariciando un gato.
¿Y cual es el objetivo de esas sacerdotisas? Sencillo, vestir de realidad incontrovertible, justificar “con datos” la desigualdad, marca de la casa del capitalismo. ¿Y como lo hacen? Emitiendo opiniones, que no información.
Me viene a la mente un par de sujetas, especialmente execrables, mis queridas María Claver y Eduardo Inda. El segundo va de periodista de raza, y cada vez que abre la boca es para sentir vergüenza ajena. La segunda es especialmente miserable porque se dice de si misma que es periodista, pero lo único que hace es opinar. Y además es muy cuidadosa a la hora de seleccionar aquellos datos sobre los que construye su discurso.
Por favor que no se me malinterprete. No es que pretenda hacer un descargo contra personas que no opinan como yo. La opinión es imprescindible, ustedes ahora mismo están leyendo opinión. Lo que es miserable es hacer pasar opinión por información, que estés a sueldo de poderosísimos intereses inconfesados, y que dediques tu vida a ser el perro de presa del señorito que manda. Eso si es lamentable.
Hay otras ideas fuerza, que lamentablemente tengo que escuchar de tanto en tanto en la transnacional para la que trabajo, como “cobramos mucho dinero porque somos productivos”, o aquello del “esfuerzo individual”, etc. Como ya he dicho en anteriores ocasiones tiene una parte de verdad, y por eso se convierte en la peor de las mentiras.
Hay más, “las pensiones son insostenibles”, “no hay alternativa”, camisa que combina muy bien con varios pantalones, como “al capitalismo”, “a la OTAN”, etc.
Pero no me quiero desviar del tema, volvamos a las sacerdotisas. Cada vez que leo algo de historia y veo cómo se construyó en este país, pero por extensión en todo el mundo, los derechos de las trabajadoras me entra un sentimiento indescriptible de rabia, emoción, ternura, impotencia, agradecimiento, orgullo, al constatar que se pavimentaron con literalmente toneladas de cadáveres y sangre humana.
Esos entrañables industriales barceloneses, por tomar un subconjunto de parásitos, que significan la ciudad con sus nombres, monumentos, calles, parques, fundaciones, etc. Son responsables de esas muertes, no porque fuera un “o tu o yo”, sino porque fueron tan sociópatas que no se dejaron arrebatar un puñado de asquerosos billetes por las buenas.
Pues bien, si esas sacerdotisas, que supongo que en su mayoría son trabajadoras autónomas, pero esto es solo un tecnicismo, pueden trabajar en un marco de referencia de 8 horas, 2 días de descanso, vacaciones pagadas, etc. Es por esos “criminales” que ellos describen.
Cada vez que “leen textualmente”, quitándose las gafas y alejando de su rostro un papel, un atestado policial donde se describe el horror de una manifestante introduciendo su ojo en la porra del policía, están mintiendo a sabiendas, defendiendo los intereses de quien les paga.
Eso es de una miseria intelectual inconmensurable, y ojo, y esto lo digo sin ninguna ironía, que máximo respeto para quien se gana la vida como puede. Lo que sucede es que estas personas han decidido ejercer un oficio que es extraordinariamente pernicioso para la mayoría de personas, y como diría un meme de Julio Iglesias, “y lo saben”.