Si hay algo contradictorio y absurdo es todo el proceso que rodea a la aprobación de los presupuestos generales del estado. Especifico la “cola larga”, que diría un experto en SEO, porque no tengo tan claro que ese mismo proceso se de en otros ámbitos, como el local (ayuntamientos), regional (comunidades autónomas) o supra estatal (Unión Europea).
Hay unos consensos y un proceso que se repiten año a año, como las navidades o cualquier otro tipo de ceremonia por la queramos o no acabamos pasando. Empecemos por el primero: marca, cual emperador romano con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, la vida del gobierno.
Aquí cabe hacer un poco de pedagogía, y es recordar que en España existe un sistema parlamentario, y no presidencialista. Significa esto que la votante de turno elige, aunque la ceremonia que se monta parezca lo contrario, no a una persona, sino a unas personas que compondrán las 350 diputadas. Son estas diputadas las que elegirán a la presidenta del gobierno. ¿Y por qué digo esto? Porque tradicionalmente ha existido un doble filtro para que un gobierno agote la legislatura (4 años) o sucumba en el intento. Uno está recogido legalmente, y el otro no.
El primero es el proceso de investidura, según el cual el jefe del estado (aquí si empleo el masculino) consulta a los distintos partidos políticos con representación en el congreso de las diputadas y propone una candidata. Esa candidata se somete a un proceso de investidura, y si obtiene al menos una mayoría simple es investida como presidenta del gobierno. A continuación nombra su gobierno, y es este órgano colegiado el que confecciona los presupuestos generales del estado que deben ser aprobados por el congreso de los diputados.
Este segundo filtro, que yo sepa no recogido en ley alguna, determina, en función de los apoyos que reciba, la estabilidad o no del gobierno. Si se aprueban, larga vida al rey, y hasta el año que viene. Si no se aprueban pueden pasar varias cosas, dependiendo de la coyuntura política del momento. Puede que el gobierno considere que no tiene apoyos suficientes, y convoque elecciones adelantadas, o puede que se prorroguen los del año anterior, cosa que como es bien sabido ha sucedido tanto en 2019 como en 2020. En ambos ejercicios el presupuesto en vigor era el prorrogado cuyo origen data de 2018.
Pues bien, ya hemos descrito la primera regla no escrita carcelario-parlamentaria: la estabilidad de un gobierno se mide por su capacidad de que le aprueben los presupuestos generales del estado.
Vayamos a la siguiente regla no escrita: es la ley más importante que debe aprobar un gobierno. No niego que alguna otra ley ha podido eclipsar a los presupuestos, pero creo que todas estaremos de acuerdo en la afirmación anterior. Algunas veces con más empeño, otras con desgana, se ponen en marcha conversaciones con los grupos parlamentarios para que apoyen los presupuestos, y empiezan las negociaciones más o menos secretas que siempre implican concesiones más o menos públicas.
Este es un tema que ya he tratado en alguna otra pieza, y que a mi juicio a veces va entre la vergüenza ajena y lo que no debería permitirse, y me explico. Unos presupuestos deben ser un documento que describa, con todo lujo de detalles, cuales van a ser los ingresos y cuales los gastos de una organización, en este caso un estado. No solo es sano, sino deseable, que se negocie su contenido, partida a partida, y que se cambie lo que se deba cambiar, pero siempre dentro del ámbito en el que se enmarcan las conversaciones. Lamentablemente es frecuente que se mezclen churras con merinas, y que se cambien la aprobación del documento, igual hasta sin leerlo ni entenderlo, a cambio de concesiones políticas que nada tienen que ver. Y es algo que lamentablemente está a la orden del día, y que no solo sucede cuando se negocian los presupuestos generales del estado. Por ejemplo que a cambio de que Marruecos ate con mano firme a los inmigrantes que malviven en el monte Gurugú el reino de España le suelte la mosca al bueno de Mohamed VI.
Sigamos con otro lugar común: la mayoría de las 38 millones de españolas con derecho a voto no tienen ni idea de los presupuestos generales del estado. Muchas personas ni saben lo que es, ni en qué consiste, ni qué importancia tiene, ni cómo afectará a sus vidas. Solo concedo la razón a la sabiduría popular en algo, a lo cual me sumo, y es que aunque un documento diga A, luego la realidad dirá B. Dicho de otro modo, aunque se apruebe un documento que especifique cómo se va a ingresar y cómo se va a gastar, luego “hecha la ley hecha la trampa”, y el ejecutivo, y ojo, el resto de niveles de la administración, tienen margen para hacer a su antojo.
Por tanto hay que desmitificar el sesgo de unos presupuestos como “los más sociales de la historia” o similar. Y aquí me permito entroncar con la siguiente regla no escrita: los presupuestos se resumen con una frase. Algo de la complejidad técnica de unos presupuestos, ininteligibles para la mayoría de las mortales, se tritura y se da a digerir en forma de papilla por los medios de comunicación o sus dueños, los partidos políticos. Sin despreciar lo evidente, que no es lo mismo aumentar una partida presupuestaria en educación o sanidad que en el ejército o en la casa real, no es menos cierto que al final los prestidigitadores de la política son capaces de sacar conejos o mamuts de la chistera y cambiar de un lado para otro miles de euros como bolita viaja de un cubilete a otro sin que el atento ojo humano pueda percibir la mutación.
Una vez aprobados los presupuestos el foco mediático va a otra cosa mariposa, y no se mide con lupa, como debería, que se cumpla a rajatabla lo que se había acordado. Es lo que se podría denominar el “efecto ejecutivo”, que es el poder que tiene un partido político cuando accede al ejecutivo, y que le permite hacer muchos apaños legales o no tan legales.
Sigamos con los lugares comunes. Los medios de comunicación y sus amos, los partidos políticos, cacarean como gallina clueca los partidos políticos que han apoyado los presupuestos, y no el contenido de lo acordado, que idealmente debería tener reflejo en partidas concretas de ingresos o gastos de los presupuestos generales del estado. Dicho de otra manera, que miran el dedo, y no donde apunta. Como ejemplo este año hemos tenido el bochornoso chascarrillo de las tres letras. El Pe Ge E del gobierno, correspondiente a “Presupuestos Generales del Estado”. Y el, de auténtica vergüenza ajena, E Erre Ce y E Hache Bildu (que stricto sensu serían seis) de “Esquerra Republicana de Catalunya” y “Euskal Herria Bildu”. Por momentos me recordaba a una de las cimas de las paridas televisivas del “en dos palabras: im presionante”.
Y digo yo: ¿qué diablos importa quién haya aprobado el qué? Lo importante es contar el número de escaños que tiene ese quién (un partido político) y ver si en su conjunto suman más de la mitad (175) del total. Y por otro lado ver qué es lo acordado. El problema, y esto hay que admitirlo, es que se pacta de todo, como ya se ha señalado más arriba. Y aunque no digo que todo el ruido que se genera sobre filoetarras y comunistas sea cierto, ni mucho menos, la maldita costumbre de conceder cuestiones que nada tiene que ver con lo que se está negociando y pactando abona estas teorías. Si se hablara, como debiera ser, solo de números, de euros, y de a qué demonios dedicar esos recursos y cómo se van a obtener esos recursos otro gallo cantaría. Como no es así, pues abono para trolls.
Más cosas: los presupuestos suelen ser extraordinariamente optimistas respecto a los ingresos. Esa es la principal forma de hacerse trampas al solitario, y por segunda vez hasta puedo conceder algo de verosimilitud a ese mantra de la caverna de que los socialistas gastan, y te meten la mano en el bolsillo, y luego vienen ellos a arreglarlo. Esto por supuesto lo digo con sorna, pero lo que si es cierto es que estos presupuestos, que reconozco que no me he leído en detalle pero prometo que lo haré, son demasiado optimistas con los ingresos.
Es una forma perfecta de hacerse trampas al solitario, porque además sirve como coartada perfecta para amarrar el gasto, con la excusa de que los ingresos no están siendo los previstos. Lógicamente no es sencillo prever el futuro, pero digo yo que habrá técnicas (que no políticas) con sobrada preparación para poder ajustar el tiro. Además no son los primeros presupuestos que se confeccionan, siempre se puede aprender de la experiencia pasada. Pero claro, aquí entra en juego el partidismo, no confundir con la política, que podríamos definir como los intereses de los partidos-empresa, y con la iglesia hemos topado Sancho. La industria política, que le tomo prestado al ínclito Juan Carlos Bermejo del excelente podcast “Economía Directa” y otras servidumbres explican estos desajustes, que son especialmente sangrantes por ser conocidos de antemano por los hacedores del presupuesto.
Y por supuesto está la miseria humana de saber perfectamente quién tiene el dinero, y dónde hay que ir a buscarlo. De hecho esas políticas que se auto-denominan “constitucionalistas” deberían leer la parte que habla de los impuestos, y que detalla ideas como que todos estamos obligadas a sustentar los gastos del estado mediante impuestos, tributos o como les quieran llamar, y que además estos deben ser progresivos, el que más tiene que más pague. ¿El mantra liberal? Que si se les aprieta mucho se esfuman, que la fuga de divisas, que “los mercados”, etc. Contra argumentar eso debe ser objeto de otra pieza, solo adelanto que mienten y lo saben, que nada de eso va a suceder, y que en realidad demuestran que son auténticos lacayos de los poderosos, y que es la obediencia debida que deben pagar a cambio de ocupar el sillón que ocupan.
Finalmente. ¿que luego resulta que los ingresos son menos que los esperados y se abre un agujero? No se preocupen, más deuda, que ya sabemos quién la pagará.