Acción directa

Cuando descubrí el anarquismo, en algún momento alrededor de mis 14 o 15 años me fascinaron muchas cosas. Una de ellas era descubrir conceptos absolutamente nuevos para mi y que describían con una sencillez, que no simplonería, la causa del problema y proponía una solución. Esto es así para la propiedad privada, para la religión, para el estado, para los ejércitos y para otras cosas mucho más mundanas. Y las soluciones pasan por el apoyo mutuo, el asamblearismo, la acción directa o las colectividades.

Pero otra cosa que me a día de hoy me sigue hechizando es la preclaridad que tuvieron los padres (alguna madre habría, aunque no haya trascendido tanto) del anarquismo al no dejarse encantar por cantos de sirena, y señalar que herramientas que en el último tercio del siglo XIX sonaban todavía muy prometedoras, como ahora la conquista del poder a través del incipiente Estado liberal, las cooperativas u otras vías posibilistas alejarían más que acercarían a la clase obrera de su objetivo.

Soy consciente de que teoría y práctica requiere una actualización, pues al menos el mundo en el que vivimos en la piel de toro y lo que nos circunda por el noreste ya no es como hace un par de siglos. Ni somos hordas de lumpen alienados que acudimos en masa a la fábrica para volver con la cara tiznada a sentarnos a una mesa con ocho o diez churrumbeles y la doña encinta, ni lamentablemente tenemos eso tan traído y llevado de “conciencia de clase”. Ahora, que lo queramos ver o no, le hayamos cambiado el nombre por algo más cool o no, los males de entonces vienen a ser los de ahora, a mi juicio agravado por un par de nuevos supervillanos: la amenaza de una guerra nuclear y el cambio climático.

Pues bien, uno de estos principios que en mi opinión aun sutiles pero tremendamente inteligentes es el de la acción directa. Pueden ustedes encontrar voces más autorizadas que la de este ministro sin cartera para que les defina el concepto, pero a mi me gusta en la medida de lo posible hacer el esfuerzo de pensar y escribir por mi mismo, a riesgo de todas las imperfecciones que pueda cometer. La acción directa es la estrategia de la clase obrera de enfrentar al poderoso, habitualmente el poseedor de los medios de producción, pero a veces el mismo Estado, con sus propias fuerzas, sin pedirle a un tercero, que acostumbra a ser el Estado, que intervenga.

Por poner un poco más en su contexto de qué estamos hablando vayamos un siglo atrás, incluso algo más. Era una posibilidad real, ya iniciada hacía algún tiempo, el participar en el juego parlamentario a través de partidos obreros, como hizo la socialdemocracia en Alemania. El razonamiento era sencillo: si en la (aquella) actualidad las injusticias tienen la forma de leyes, que son las que describen las reglas injustas que favorecen a los ricos y perjudican a los pobres, cámbiese y asunto concluido. En el otro extremo de esta táctica podríamos situar al comunismo y su lucha por conquistar el poder que cristalizó en la Union Soviética.

Pues bien, de manera contraintuitiva en el largo plazo creo que dicha estrategia ha sido más negativa que positiva. Soy consciente de lo difícil que resulta sostener afirmaciones tan genéricas, y es aceptable encajar ejemplos en sentido contrario, de conquistas de la clase obrera rubricadas en los distintos parlamentos nacionales, como el derecho a huelga, la jornada de 8 horas, el descanso semanal, las vacaciones retribuidas o la seguridad social. El perspicaz lector habrá visto que en el listado he dejado una pequeña bombita, que más adelante detonaré.

Encajadas estas críticas, sostenella y no enmendalla. A largo plazo la estrategia de “entrismo”, de participación en un sistema y en sus instituciones que ni fueron creadas ni estaban pensadas para defender los intereses de la mayoría, sino de los poderosos, ha sido un fracaso. Y lo ha sido por los motivos que ya los padres (y alguna madre) del anarquismo señalaban casi antes de haber empezado: se iba a legitimar el sistema, y por tanto el origen de las injusticias no iba a ser atacado. Es por ello que me declaro un radical, entendiendo por radical aquella persona que intenta ir a la raíz de los problemas. La raíz de los problemas, en una estrategia reformista, de cambio del sistema desde dentro, permanecen incólumes, felices de haberse conocido.

La otra estrategia, la comunista, aún peor. Pretende crear un orden nuevo pero sobre la base de muchos de los principios tiránicos que pretendía derrocar: el autoritarismo, la violencia, el sectarismo, el seguidismo, la dictadura, etc.

Pues bien, ¿qué pasa pues con la acción directa? Que es no ya la solución, sino el único camino. En un molino de un pueblo de Zamora desde pequeño leía “Si nadie trabaja por ti, que nadie decía por ti”. Si, le faltaba la “d” de decida, pero era una frase que cuando corría en bicicleta, algo desdentado, la leía pero no entendía. Años más tardes claro que la entendí. Corra usted como alma que lleva el diablo de, y esta anécdota es real, del hombre (casi siempre) de alrededor de 50, muchas veces con algo de sobrepeso y con vaqueros y camisa de franela, que no conoces absolutamente de nada, y se presenta en tu centro de trabajo para que les votes.

¿Cual es el espurio interés que mueve a esa persona a ayudarme? ¿Y los teólogos de la liberación, los curas, predicadores, monjas y demás? ¿Qué esperan obtener a cambio? El tamiz más fiable que a lo largo de mi vida he encontrado es luchar codo con codo con aquellos que son como tu y que van a obtener algún tipo de ventaja material de la lucha. Si no es así…. Huyo como Bolt después de escuchar un pistoletazo de las personas que practican el proselitismo, de los profesionales de la lucha social. Te quiero a mi lado si no cobras por ello, si lo haces en tu tiempo libre y o bien porque practicas de verdad el “hoy por ti, mañana por mi” o bien eres persona afectada por el conflicto, como por ejemplo un trabajador en huelga.

Y quiero poner un ejemplo del auténtico y genuino esperpento, ríase usted de lo que escribiera el padre del término, Valle Inclán, al respecto de la acción directa. Debo reconocer que una parte de mi, miserable y pequeñita, se sorprendió al leer que un pacto entre el PSOE y una fuerza que tiene la friolera de…. 5 escaños (el 1,43% de toda la cámara) pactan la derogación de la conocida como reforma laboral. ¿De verdad se creen ustedes que algo que impacta literalmente a millones de personas se puede hacer entre un puñado de personas sentados en un parlamento? Si esto fuera tan fácil, ¿por qué no se había hecho antes? Y los poderosos, ¿van a dejarse arrebatar derechos y por tanto dinero sin oponer resistencia? ¿Activarán los resortes del poder para desestabilizar al ejecutivo y presionarles para que reculen?

Demasiado bonito para ser real. Para que no me tachen luego de cuñado que dice a toro pasado “lo ves, ya lo dije yo” lo dejo por escrito: el PSOE jamás derogará la reforma laboral. Y si atendemos a que ni el padre de la criatura (PP) ni el auténtico partido del Régimen del 78 (PSOE) van a derogar la norma, no se me ocurre cómo se va a llegar a una mayoría parlamentaria que lo permita.

Bueno, tengo una idea: mediante la acción directa.