Me estoy leyendo un libro, “El legado filosófico y científico del siglo XX”1 que es exactamente lo que parece, un tocho de más de mil páginas del que de momento confieso que estoy entiendo más bien poco. Y entonces, ¿por qué me lo leo? ¿Para tener de qué hablar con mi círculo de amistades los viernes por la noche mientras degustamos un buen vino? ¿Porque tiene el grosor perfecto para ser usado de arma arrojadiza en caso de crisis marital?
Pues no, la respuesta es que porque lo estoy gozando. Ah, y porque es un libro, y es placentero tener entre mis manos un objeto que pesa, poder leer sobre papel blanco y en tinta negra, y poder ir hacia atrás y hacia delante cuando quiero simplemente pasando páginas.
Además el título me cautivó, y su contenido de momento no me está defraudando, porque une dos disciplinas que tienen un gran impacto en la historia de la humanidad. Por un lado la filosofía, el pensamiento, y por el otro lado la ciencia. Respecto a esta segunda disciplina creo que conviene establecer una distinción, que es desbrozar la ciencia de la técnica. Seguramente es esta segunda la que ha deslumbrado al ser humano en los últimos dos siglos. Los “tecnooptimistas” en la actualidad creen que todo lo puede la técnica (insisto que no es exactamente lo mismo que la ciencia, aunque lógicamente le va a la zaga y depende de ésta), y que todos los problemas que los pájaros de mal agüero como un servidor de ustedes proyectan sobre el futuro son una fruslería.
Pero me estoy desviando del tema, seguramente peroraré sobre este asunto en una o más piezas en un futuro. Ahora me gustaría centrarme en la filosofía, en el pensamiento. Sostengo que es la filosofía la que mueve, o detiene, el mundo, porque son las ideas las que moldean las acciones de las personas. El ejemplo más paradigmático son las religiones (no dejan de ser filosofías e ideas), que casi siempre a través de ese instrumento tan poderoso como el miedo han sido capaces de, casi siempre, frenar el progreso, el desarrollo, la investigación, elijan ustedes las palabras que más les guste, pero que en suma significan el cambio.
Y es que por mucha ciencia que se produzca, por mucha técnica que se desarrolle, si la filosofía dice que no, es que no. Bueno, ya me dijo mi amigo Ricard que igual no tenía que ser tan taxativo, y juro por Crom que desde entonces lo intento y creo que lo consigo. Reformulo por tanto dicha aseveración, pueden darse las condiciones científico-técnicas para que se produzcan cambios civilizatorios de un gran impacto, pero si el mundo de las ideas no los incorpora, su aplicación real puede ser muy lenta o incluso no suceder jamás.
Si la ideología dominante en un territorio, y por supuesto los seres mortales que detentan el poder y que por tanto son sus impulsores y valedores, dice que el consumo de energía y el bienestar de las personas va de la mano, no importa toda la ciencia y la técnica que exista y que alerte de los riesgos reales y posibles que entrañe un impacto tan brutal sobre el planeta tierra de la acción antrópica.
Dicho de otra manera, aún descartando un mundo lineal donde exista un “progreso” como vector unidireccional, y una suerte de escala de primeros, segundos y terceros mundos, sí creo que se pueden establecer indicadores de bienestar, tales como la igualdad entre las personas, la esperanza de vida, las horas dedicadas al ocio, etc. Por tanto no creo que sea tildable de visión eurocéntrica e incluso de propia de visión de poder (hombre de raza blanca) el afirmar que hay lugares donde se vive bien, lugares donde se vive reguleras y lugares donde la existencia es realmente un infierno.
Pues bien, situando a los bueyes delante del carro, lo que hace que avance, se detenga o por supuesto retroceda el bienestar de una población en un territorio y en un instante temporal es el mundo de las ideas, y ya luego vendrán la técnica y la ciencia.
Si no se acepta socialmente, con todo el juego de intereses que hay de por medio, el coche autónomo igual nunca es una realidad. Pueden darse las condiciones científicas y técnicas para su implantación, pero si se considera que la destrucción de puestos de trabajo que va a provocar y la concentración de esa riqueza en manos de una oligarquía de empresas tecnológicas nunca va a suceder. O no en la escala y al ritmo que podría ser.
Pero lo que realmente quería decir es que es importante pensar. El libro que estoy leyendo es una ensalada tal de nombres (lamentablemente casi nunca de mujeres), obras y fechas, que su simple aprehensión requeriría una vida. No digo que recopilar, sistematizar, difundir y cualquier otra actividad que facilite la transmisión de ese conocimiento no sea valioso. Digo que me temo que este ministro sin cartera, y muchas otras personas que compartimos “el montón”, no vamos a tener la capacidad de leer todo lo que hay que leer y de pensar al mismo tiempo.
Lógicamente lo digo un poco en broma, claro que hay que leer y aprender de lo demás, pero también digo que hay que pensar, y hacerlo por uno mismo. No estoy diciendo que tengamos que ser los próximos Heidegger o Sartre, solo digo que he visto algunos casos de personas extraordinariamente cultas, que han leído obras de todo pelaje, que te citan sin pestañear las más altas cimas del pensamiento humano, pero que luego… Pues luego tienen la cabeza algo hueca, y tienen opiniones muy poco elaboradas sobre los temas que les okupan.
¿Qué piensa usted del cambio climático? ¿Y del capitalismo? ¿Tiene alternativa? En caso afirmativo, ¿cual es? ¿Qué cree usted que se debería hacer para atajar el impacto negativo de la COVID 19? Y por favor, no me cite de carrerilla lo que dice un tercero sobre estos asuntos, su obligación debería ser formarse una opinión, para lo que sin duda es imprescindible estar bien informado, pero reflexionar sobre ello.
En fin, les dejo que mi hija, a la que llevaba dos semanas sin ver, me reclama. Ya dejaré lo de pensar para después de jugar con muñecas y eso que hacemos los padres y las madres.
1https://catedra.com/libro/teorema-serie-mayor/el-legado-filosofico-y-cientifico-del-siglo-xx-autores-varios-9788437640488/