Decrecentismo

Iba yo hoy calzado con mis zapatillas de cuando intentaba correr, y lo único que conseguía era lesionarme los gemelos, escuchando uno de mis programas de cabecera, “Economía Directa” cuando uno de sus contertulios estableció la clásica oposición entre Green New Deal y Decrecentismo. Vamos, que o lo uno o lo otro.

Yo me confieso un neófito en ambos temas, y como siempre pido disculpas por adelantado (creo que debería empezar todas las piezas pidiendo perdón, así en general, por si acaso) si mi análisis se queda en la superficie y quizá en los elementos incluso más folclóricos del asunto.

El contertulio vino a decir que el abrazo (esa es la expresión) del candidato demócrata Joe Biden por el Green New Deal deja al pie de los caballos a los defensores del colapsismo, en primer lugar, y por ende del decrecentismo.

Déjenme ilustrar, así, en una nuez, como dicen los sajones, de qué demonios estamos hablando, no demos por supuesto que todo el mundo conoce esos términos. Allá voy:

  • Green New Deal: programa de inversiones masivas para cambiar el modelo energético y realizar una transición de una economía basada en fuentes de energía de origen fósil, y por tanto por su propia naturaleza finitos, a una basada en energías renovables.
  • Colapsismo. Creencia en que se ha producido ya lo que se conoce como el pico del petróleo (peak oil) y que por tanto empezamos ya el descenso en la capacidad de extraer fuentes de energía de origen fósil (petróleo y gas natural fundamentalmente), y que estamos abocados a un colapso económico causado por la ausencia de alternativas a este modelo.
  • Decrecentismo. Cuestionamiento de una de las falacias del capitalismo, consistente en que se puede crecer infinitamente, y apuesta por hacer justo lo contrario, decrecer económicamente, de una forma ordenada para que no se produzca sufrimiento humano alguno, y que tiene como idea principal la reducción drástica del consumo de energía.

Pues bien, aquí hay para todos. Yo me sitúo claramente del lado decrecentista, porque aunque mis conocimientos científicos me temo que no son demasiado sólidos, y mi capacidad de predecir el futuro nula, si que creo que hay algunas realidades sobre las cuales todas podríamos estar de acuerdo, y a partir de la cual llegar a algunas conclusiones.

La primera de esas realidades es que la energía ha jugado, juega y jugará un papel clave en la historia de la humanidad. Es algo que el excelente “En la espiral de la energía”1 me hizo ver, y que salvo error u omisión diría que ha sido absolutamente olvidado por las grandes corrientes de pensamiento de la izquierda, desde el anarquismo, pasando por el comunismo y llegando al socialismo.

Resulta curioso como algo tan evidente haya podido ser obviado en esos sesudos debates, habitualmente entre hombres de raza blanca, supongo que como siempre, y que si eran galgos o eran podencos. Pero la tesis que sostiene el libro es esa, el acceso, o el inacceso, si es que existe el palabro, a la energía, es clave para el desarrollo de las civilizaciones. Y lamentablemente en el último par de siglos, a raíz de la industrialización, pues nos estamos cargando el planeta, así de sencillo.

Aquí me van a permitir una pequeña digresión, en la que reproduzco palabras de una fuente que lamentablemente ahora mismo no recuerdo. El origen del problema, en contra de lo que sostiene la izquierda más o menos bien pensante, no es el capitalismo, es la sociedad industrial. La prueba más evidente es que el único sistema que ha podido considerarse como una alternativa al capitalismo, el comunismo, presente incluso formalmente en China en la actualidad, no se ha portado mucho mejor con el medio ambiente que digamos. Por tanto a partir de ahora, si es que el argumento les convence , claro está, por favor seamos algo más estrictos, y digamos que la acción antrópica, el famoso antropoceno es el origen del cambio climático, por mucho que los negacionistas no lo admitan, y que en la índole social, es la sociedad industrial, y no solo el capitalismo, lo que está provocando el desastre que solo estamos empezando a atisbar.

Bueno, cerrada esta digresión, quería ir al meollo del asunto, ese tecnooptimismo y ese GrennNew Deal. Para ello hay que hablar del otro concepto que sin duda gravitará este diario muchas otras veces, la deuda. Lo que yo he podido entender del Green New Deal es que se quiere matar dos pájaros de un tiro. Por un lado se quiere continuar con el “negocio como siempre” (business as usual) y por tanto no se pone en cuestión uno de los orígenes de los problemas globales, el capitalismo. Partiendo de ese paradigma pues lo que se plantea es más leña al fuego, inyectar desde los distintos estados, comenzando por los Estados Unidos, pero siguiendo con probabilidad por la Unión Europea, de centenares de miles de millones de dólares (o euros, según sea el caso) para dejar de gastar gasolina y gastar electricidad, entre otras cosas.

Reconozco la mezquindad de mi exposición, pero es que no es para menos dado el dislate. Si el problema es de doble índole, por un lado que el capitalismo ya no es capaz de seguir con la patada hacia adelante en un mundo lleno, o de economía estacionaria (ambos conceptos no son míos, pero los uso), y por tanto ya no se puede crecer sino mediante deuda, y por otro lado la población mundial no para de crecer y el petróleo se agota, ¿no sería más sensato para un momento y ver qué estamos haciendo?

A riesgo de caricaturizar las ideas ajenas, sería el equivalente a que en caso de gotera que no cesa, y cuando el cubo se está llenando, la solución sea colocar un cubo aún más grande, una bañera, y luego una piscina, y luego…. Y así todo.

Problema uno: el capitalismo es un modelo agotado, que se basa en un imposible, el crecimiento perpetuo, que a su vez contraviene algunas leyes de la termodinámica (eso dicen), pero sin llegar a esos extremos científicos, parece poco razonable pensar que todo tiene un límite.

La solución de la deuda, porque no es otra cosa con lo que se pagaría el Green New Deal, supone devorar el futuro de nuestras hijas, incluso de las que aún no han nacido, así de sencillo. Se está hipotecando la próxima generación sin por supuesto contar con ellos. ¿Les suena eso al actual Régimen del 78 que padecemos y que es absolutamente irreformable? Y esto es así porque el dinero que se va a generar de la nada no tiene su contrapartida en riqueza real y ni en nada que tenga un sustrato ni apariencia de realidad, es mera confianza. Es lo que tiene un sistema basado en monedas fiduciarias.

Pues bien, la empresa que construya el molino de viento X, o la planta fotovoltaica Y, cobrará. ¿Y cómo se pagará? Pues con un billete que ha salido de una máquina de hacer billetes que poseen los estados. ¿Que esta explicación es ridícula? Bien, averigüen si estoy o no en lo cierto. Pero sigo con la cadena. Ese haber que se ha generado absolutamente de la nada (recuerden que se habla de centenares de miles de millones de dólares) son derechos que tiene la generación de seres vivos de ahora y que ejercerán en un futuro. ¿Y quién tendrá que agachar el lomo a 10, 20 o 30 años vista para producir los bienes y servicios que la generación presente tiene derecho a disfrutar? Pues la futura.

Se me puede contra argumentar que no pasa nada, porque la cadena seguirá y seguirá… Bueno, se parece demasiado a una estafa piramidal como para que esto salga bien. ¿Y que solución se plantea? Una muy sencilla, vivir acorde a lo que se tiene, y no tener ese mal gusto de tomar prestado a nuestras hijas de lo que por ley de vida les pertenece, y menos aún sin preguntarles.

Y el segundo problema, el de las energías fósiles. Pues bien, creo que está fuera de toda de duda que esto se acaba. Por mucho fracking o cualquier otra tecnología que surja en el futuro, el remedio será aún peor que el problema, no creo que este asunto tenga mucho más recorrido. Pues bien, aquí tenemos enfrentadas dos posturas. Por un lado los tecnooptimistas que creen, pero en versión laica, aquello de “Dios proveerá”, y que el ser humano será capaz de hacer lo mismo con menos. Y los que creemos que eso está muy bien, pero que por si acaso nos vayamos preparando para cambiar ciertos hábitos de vida, lo que redundará en un menor impacto medioambiental.

Como ya he dicho antes, me declaro incapaz de prever el futuro, pero lo que si tengo claro es que entre algo que es solo probable y algo que es cierto, me interesa explorar lo segundo. Si uno está gordo, y lee por internet que rezando un Padre Nuestro a no se qué Dios va a perder los kilos que le sobran, pero que no hay evidencia científica de ello, pero por otro lado tiene la certeza que haciendo ejercicio físico continuado y zampando menos lo va a conseguir, pues yo creo que la segunda opción es la correcta.

Y es que además no son incompatibles ni irreversibles. Es decir, podemos cambiar hábitos tales como el aire acondicionado a todas horas, el uso de plásticos de un solo uso (valga la redundancia), el ir en coche a todos lados, el dejarnos las luces encendidas, el grifo del agua encendido mientras nos enjabonamos o cepillamos los dientes, y así un largo etcétera. Y en paralelo, seguir investigando para mejorar la eficiencia de las baterías de los coches eléctricos, ¿cual es el problema?

Pues lo hay, y es que casualmente vivimos en una sociedad que se basa en el consumo, y cuanto más mejor. Y si se cambian algunos hábitos pues igual dejamos de consumir de forma masiva algunas cosas, o simplemente disminuimos un poquito su uso, como por ejemplo el de la energía. Y ya topamos de nuevo con el problema que lo permea todo, el dichoso capitalismo.

Pero en mi opinión existe un segundo problema, y ha sido ampliamente diagnosticado por amplios sectores de la propia izquierda, incluso por defensores del decrecentismo. Se podría resumir jocosamente en un: ¿y no había otro nombre? ¿Decrecer? A nadie le gusta ser menos, a todos nos gusta ser más: más altos, más guapos, más…. Es una diana demasiado fácil para la critica cuñadil: estos son unos primitivistas. Si, claro, volvamos a las cavernas, y a iluminarnos con antorchas.

A nadie le gustan las malas noticias, y por eso denunciar que el petróleo se acaba, que el cambio climático ya es irreversible o que estamos viviendo la sexta gran extinción son cosas que a nadie le gusta oír. Como decía el gran R, mi ex-compañero de trabajo, a los jefes lo que les gusta es que le vengas con el problema pero también con la solución. Pues eso, que hay diagnosticar el problema, de nada vale cerrar los ojos ante lo que se nos viene encima, pero hay que dar un mensaje de esperanza, una salida.

No digo que no se pueda vivir dignamente con menos, pero igual habría que abrir el melón y decir la verdad: que no se puede tolerar que yo pase frío cuando el de al lado duerme envuelto en un abrigo de pieles, al calor de la chimenea de su mansión en los Alpes suizos. Que hay que ir a por ellos, a por los que nos han desposeído, y ahora si matar esos dos pájaros de un tiro: quitarle a los que les sobra lo que los menesterosos necesitan. Por tanto igual lo que hay que decir es que al que se le ha acabado el chollo es al Borbón, y que no va a poder viajar en jet privado ni alojarse en habitaciones cuyo precio a los no colegas, es de literalmente decenas de miles de euros… la noche. Que se acabaron las mansiones, los campos de golf privados y cualquier otra aberración que ahora sencillamente no se cuestiona. Que lo ambiental y lo social van conectados, que solo tenemos un planeta y es en el que vivimos todos, el 1% y el resto.

Por tanto hay que encontrar el término que describa en positivo, nunca en negativo, lo que se plantea, que es hacer un consumo de energía más sostenible, y que nos irá mejor a todos. Nunca bajo el miedo, eso es lo que hacen las religiones, siempre planteando la realidad como es, sin dulcificar nada, pero proyectando esperanza, porque la hay.

1https://www.ecologistasenaccion.org/29055/libro-en-la-espiral-de-la-energia/