Miserias

Algo tendrán las miserias, las de otros, que las hacen atractivas, que nos hacen acudir como moscas a la miel, por no usar otra expresión más ordinaria pero me temo que más certera.

Anoche de nuevo me encontraba en vertical, zapeando por los canales altos, y cual espectador de partido de tenis que mueve la cabeza de derecha a izquierda en busca de la pelota, yo iba alternando entre dos contenidos dos, cuyo hilo conductor eran miserias.

Por un lado el conocido programa “pesadilla en la cocina”, no se de cuando, pero reposiciones seguro. Enganché el final de una entrega, o quizá es mejor llamarle “episodio”, y me tragué de lleno el siguiente. Cuando empezaban los comerciales, saltaba a otro formato tipo “callejeros” que trataba de pasar frío.

En el caso de pesadilla en la cocina el drama era el siguiente. Un padre de nada más y nada menos que 78 años todavía llevando las riendas de la cocina de un negocio familiar. Por otro lado el hijo que no acababa nunca de recibir el testigo. Me recordaba a la historia del hijo de la actual reina de Inglaterra, que es capaz de espicharla de viejo sin que su madre le ceda el trono. Y por medio entre 40 y 50 mil euros de deuda acumulada. Un dramón.

No voy a entrar tanto en el detalle de lo que pasa, porque entre otras cosas cual historia larga de “Mortadelo y Filemón” las historias más o menos se repiten, y el programa sigue un esquema en dos o tres actos, según consideremos, que los hacen más o menos iguales los unos a los otros, si no se tratara de verdaderos dramas humanos. Quizá lo único que me gustaría resaltar es que, y esto lo he hablado muchas veces con mi señora, suele tratarse de negocios familiares, y donde se busca la hostelería y el tener un negocio propio como una huida hacia adelante para buscar el auto-empleo.

Lo que sucede es que se elije mal, la hostelería es un negocio condenadamente difícil por muchos motivos, pero el que yo destacaría es el manejo de producto fresco, que si no se sabe tratar, y el programa de ayer era un ejemplo, se echa a perder. Por otro lado tenemos una gran competencia, y finalmente hace falta una elevada inversión tanto en máquinas (cocina, freidora, cámara frigorífica, etc.) como en suministros (luz, agua y gas).

Y mientras ponían los anuncios de rigor me pasaba al otro drama, el de familias con niños que de lo pobres que eran no tenían ni para calentarse y pasaban frío. Quiero señalar y usar el término que creo que es el correcto, la pobreza. Se que en los tiempos que corre es un tabú, y que se le intenta suavizar con apellidos, como “energética”, “habitacional”, etc. Pero creo que si se dice que eran pobres pues nos entendemos rápido y claro.

Eran familias compuestas siempre por mujer e hijas, y ocasionalmente por ancestros. Nótese que excepto en un caso, en el que se dice que el progenitor se vio obligado a robar y que actualmente está en la cárcel, y otro en el que aparece de cuerpo presente, los maromos brillaban por su ausencia. ¿Demagogia? Me temo que no, las que históricamente y en la actualidad sacan adelante a las personas y al mundo por consiguiente son las mujeres.

Otro rasgo característico que quisiera señalar es que en todos los casos eran aborígenes. Y probablemente en algún tiempo pretérito tuvieron trabajo. Digo esto porque aunque la afirmación debería ser contrastada con un estudio un poco más detallado, me da la sensación que desde la Gran Recesión de 2008 es un fenómeno que empieza a surgir con cierta frecuencia sobretodo en ámbitos urbanos. A saber, el de las trabajadoras pobres. Las personas que aún teniendo trabajo no llegan a fin de mes. O las que han nacido aquí pero se ven en una situación en la que viven prácticamente de la caridad. No digo ni mucho menos que esto no hubiera sucedido antes, pero me temo que es una realidad que ha llegado para quedarse, y que movimientos amplios como los de la renta universal garantizada o derivados pretenden si no solucionar, si al menos paliar.

No me considero ni una persona morbosa, ni siquiera me interesa lo más mínimo la vida de los demás, luego me pregunto ¿por qué diablos me gustan ese tipo de programas? Supongo que por un conjunto de cosas, como no podía ser de otra manera. Por un lado lo que es seguro es que empatizo con esas personas, y que me veo reflejado: “eso mismo me podría pasar a mi”. Probablemente es acierto del programa, que en mi modesta opinión no llega al extremo de la tele-basura, pero no nos engañemos, roza el palo.

Hay ejemplos sobrados en mi familia de personas que parecen disfrutar, de una forma algo masoquista, del sufrimiento, propio y ajeno. Me viene a la mente un primo lejano que lamentablemente ya no vive, y que cuando era niño y veraneaba en Castilla me decía “ten cuidao no te caigas y te vayas a clavar el…”, es decir, que mejor no saliese de casa porque la lista de desgracias que me podían acontecer era infinita. No se si todas las niñas eran apercibidas como yo lo era, igual no. Lo digo porque estoy vivo de milagro, ya que entre otras hazañas ingerí veneno de rata (estaba convencido de que era café), le quité una piedra que calzaba un remolque que empezó a deslizarse cual caballo desbocado por la calle o me subí a un perro de malas pulgas que me contestó girando el cuello, como la niña del exorcista, para clavarme un bocado que me dejó la yugular colgando.

Y el otro gran ejemplo es por supuesto mi madre. De entre las decenas y decenas de frases y momentos memorables que ha dejado a lo largo de su dilatada carrera deportiva destacaré una. Un tío mío, también fallecido, hizo mucho dinero, lo que mereció el siguiente comentario de mi madre, por supuesto en tono negativo, entrecerrando los ojos, como la vieja del visillo: “pues no ha ganado bien de dinero tu tío Alberto…”. Siempre me ha parecido magistral cómo consiguió convertir en algo negativo algo positivo. Porque no dijo “ha ganado bien de dinero a costa de los demás” o cualquier otra cosa, no. Sencillamente en el tono y en el rictus dio un sentido negativo a la frase.

Volviendo a por qué creo que me atraen esas historias tengo que decir que no solo son ese tipo de formatos televisivos como dije antes más o menos cercanos a la tele-basura. Una de las novelas que recuerdo como de las mejores que haya leído nunca es “Misericordia”, del canario universal Pérez Galdós. Y no es el único título que puede encajar en el saco de las miserias. Los escritores rusos del XIX, Tolstoi o Dostoyevski narran de una forma descarnada las estrecheces que pasaban no ya pobres de solemnidad, sino funcionarios o pequeños nobles, de capas raídas y de noches acostados con el rugir de las tripas de hambre. Curiosamente la miseria más industrial de los coetáneos ingleses no me ha atraído tanto. De hecho no se si he llegado a leer entero “Oliver Twist”.

Supongo que los extremos se tocan, y hay veces que nos gustan ver programas de una excelente factura, como “en tu casa o en la mía”, de Bertín Osborne. Se que ese no es el título, pero debería serlo. Hay momentos en los que sucumbimos y nos gustaría tener un casoplón con jardín y vivir a cuerpo de rey. A mi curiosamente lo que nunca me ha llamado la atención es ya la aristocracia, los palacios y el boato. Solo le veo incomodidades. Mejor que nadie sepa quién eres o al menos qué cara tienes, y que puedas moverte con libertad por donde se te venga en gana.

Miserias, pues eso. No se muy bien por qué me atraen, pero lo que es seguro es que me interesa más la vida de las personas corrientes y molientes que las otras. De hecho cada vez que me interno en el Raval siempre me hago esa pregunta: ¿qué es lo que me atrae de este barrio? No me gusta la miseria, pero me atrae. Ni quiero que nadie viva miserablemente ni creo que haya virtud alguna en ello, y no creo que jamás visite la India, porque me aterra la estampa de verme acosado por niños pidiendo limosna, cosa que ya me ha pasado por ejemplo en Marrakech. No soy de esas personas intelectuales, orientalistas, espirituales, que ven algo que los demás no vemos. Yo lo que veo es miseria, y eso no lo quiero ni para mi ni para nadie.

Pero por otro lado supongo que me conecta con mi infancia, que estaba más cerca de esa miseria, que de la riqueza. Y ojo que no me puedo quejar, no me ha faltado de nada, pero cuando veo esos grupo de dos o tres hermanos deambulando por el barrio donde vive mi madre cuando voy a visitarla no puedo dejar de pensar en mis hermanos y yo. Cuando íbamos a jugar a baloncesto o a fútbol al descampado. Porque si, en esa época había descampados. Cuando veo fotos de mi familia vistiendo un horripilante chándal, o incluso me acuerdo de las expresiones que usaba, o cuando iba todo el verano sin camiseta. Esto da para otra pieza, pero al fin y al cabo me veo muy cerca de esas personas que retratan esos programas o esos autores.

Y por supuesto, y esto que lo tenga todo el mundo muy claro, nadie nos asegura que no podamos descender uno o más peldaños de la escalera social y llegar al rellano, o al cuarto de contadores, según sea el inmueble. Eso si, pobres pero honrados. ¿Se nota la ironía, no? Espero.