Identidad

La pieza de hoy viene a colación de una entrevista de hace unos minutos de un tal Zarzalejos, a sueldo de FAES. Me dicen que ha dicho que las construcciones identitarias siempre se construyen a partir de un agravio. Y me dicen que ha dicho que ha puesto como ejemplo los nacionalismos, sean de corte independentista o unionista.

Con independencia de si dijo o ha dejado de decir el ínclito periodista dentro reflexión, que es de lo que se trata, de darle al cacumen. He saltado como un resorte, así, a lo loco, sin pensarlo, a mi santa con dos reflexiones dos.

La primera es que ese tipo de afirmaciones suelen venir desde el poder, y la segunda es que en el caso del reciente nacionalismo español, por poner un ejemplo de construcción identitaria, se construye no como un agravio, sino como una reacción a los independentismos que le parasitan, en este caso el catalán.


Respecto a lo primero, lo que se piensa y expresa desde una posición de poder, me vienen a la cabeza varias reflexiones. La primera es que, y aunque se me pueda tildar de demagogo, normalmente se tiene más tiempo para pensar si se ha tenido una buena educación y se tiene las necesidades básicas cubiertas. Eso no quita, como la historia atestigua con creces, que muchas y fundamentales pensadoras estuvieran más tiesas que la mojama, antes y ahora. Pero sí que es cierto que igual el que busca trabajo no está para pensar en esas cosas.

Por otro lado, y ojo que comparto esa afirmación, no es menos cierto que el que tiene poder no suele sufrir el agravio. O dicho de otra manera, el que es hombre, blanco, católico, tiene dinero y vive en un país más o menos rico (en su mayoría del hemisferio norte) es poco probable que sea agraviado. Si es el caso, esa afirmación, la de que la construcción identitaria suele partir de la percepción de un agravio, adopta unos tintes condescendientes, y está hecha desde una óptica poco menos que de perdonar la vida. La pregunta es: ¿y si tu estuvieras en su situación, te sentirías agraviado?

A mi al menos esa afirmación me suena a intentar aplicar un método científico, racional, desde la distancia, descargando la cosa de emociones, desproblematizándolo, para a continuación poco menos que demolerlo y combatirlo. No soy yo mucho de identidades, a lo sumo me considero mediterráneo, pero eso no quita que pueda empatizar con las personas que se sienten agraviadas, e incluso puedo ser parte de las agraviadas sin construir una identidad.

Eso creo sería lo deseable en el proletariado 3.0 (o ponga usted la versión que desee), donde igual no hay que considerarse a una misma parte de nada, no creo que sea necesaria la tan cacareada “conciencia de clase”. Igual es mejor darle una vuelta al enfoque y sencillamente, ahora si, aplicar el método científico y hacerse algunas preguntas. Estoy jodida, ¿por qué? ¿Qué es lo que me tiene viviendo con miedo? Miedo a que me suban el alquiler en la próxima renovación y no lo pueda pagar, miedo a quedarme sin trabajo, miedo a…. ¿Cuales son las causas de mis problemas? ¿Hay alguien más como yo? Creo que es una forma más efectiva de llegar al mismo punto, al de la unión, el apoyo mutuo y la lucha. Creo que hay ejemplos de un gran éxito, como Stop Desahucios o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, done luchas concretas han unido a muchas personas, que probablemente no compartan necesariamente las diversas identidades en las que cabe cada una de ellas.

Por otro lado está el tema del nacionalismo español de nuevo cuño. Quizá con la excepción de Vox no veo yo mucho espíritu del 98, mucha queja contra esa Unión Europea que nos humilla, o mucha añoranza por los tiempos imperiales pretéritos. Lo que creo que ha construido el, a mi juicio, resurgir del nacionalismo español es el efecto rebote del auge del otro nacionalismo intestino, en este caso el catalán.

Soy consciente de que es una mera anécdota, pero estaría bien que cada lectora de esta pieza hiciera la misma observación que aquí expongo. Las banderas de España han florecido en los balcones, cual hongos cuando llega el frío y la lluvia, en dos momentos: con las victorias de la selección española de fútbol y con el auge del independentismo catalán. En mis frecuentes viajes a Málaga no recuerdo haber visto en el trayecto del tren de cercanías ni una puñetera bandera española hasta que empezó el sarao del independentismo catalán.

Existe, por ser justos, un fenómeno más amplio, que probablemente arranca con la transición, y es la guerra cultural que ha situado todos los símbolos relacionados con España en la esfera de lo negativo, de lo “facha” y reaccionario. Hay voces desde la izquierda que reivindican esos símbolos, que se ha apropiado la derecha, como son la bandera o el rey. Un ejemplo anecdótico puede ser el uso de polos o pulseritas con la bandera de España. A mi siempre me llamó la atención la marca Spagnolo, o como se llame, que incluía dicha banderita en muchas de sus prendas de ropa. Igual el haberme educado en Catalunya hace que mi visión de todo lo hispano huela a perro mojado, puede ser cierta esa tan cacareada manipulación a la que nos someten los poderes fácticos desde bien pequeñito, vaya usted a saber. En mi caso particular, por completar la imagen, tengo exactamente la misma opinión de todo lo equivalente (bandera, símbolos, etc.) de Catalunya. Siempre me ha dado repelús.

Bueno, y ¿a dónde nos lleva, de ser cierta, la aseveración de que el nacionalismo español de nuevo cuño aumenta en reacción y en paralelo al independentismo catalán? Pues creo que convendrán conmigo a algo bien triste. Por un lado igual la identidad española es una quimera, y no es tan sólida como algunos piensan. Aquí podríamos tirar de afirmaciones manidas, como la de que no somos tan distintas como creemos, o que tenemos más en común que aquello que nos distingue, o que sería más constructivo resaltar lo que nos une y no lo que nos diferencia. A los ojos de una de esas miles de inmigrantes chinas probablemente será un chiste eso del independentismo catalán. Seguro que no son capaces de ver la diferencia entre un catalán y un polaco, permítanme el chascarrillo. Pues no digo yo que no, pero la realidad es, voluble por un lado, pero muy evidente por otro: hay centenares de miles de personas, por poner un orden de magnitud, que manipuladas o no, creen tener una identidad que no es la española. Y algo tendrá el río cuando agua lleva.

Yo tengo que confesar que como buen charnego el día, no se muy bien como calificarlo si de épico o propio de un Mortadelo y Filemón, que el insigne Puigdemont proclamó una de las independencias más fugaces de la historia (existe una entrada en wikipedia que no consigo encontrar) me dieron ganas de llorar. No soy ni independentista ni unionista, y estaba seguro de que el acto no iba a tener consecuencias jurídicas de ningún tipo, pero mis emociones fueron más rápidas que la razón, e inmediatamente pensé, a una velocidad que solo nuestro cerebro es capaz de tener, muchas cosas.

La primera es que pasaba a ser catalán, y no español. La segunda es que ambas identidades eran excluyentes. La tercera es que como barco que parte de puerto, dejaba atrás muchas cosas, algunas de ellas muy queridas para mi, como mi familia castellana o andaluza, o el idioma castellano al que adoro.

Inmediatamente me di cuenta de que todo eso no iba a suceder, y me tranquilicé. Pero es bien curioso lo que uno siente y no piensa, supongo que sale lo más profundo de una, como sangre que mana de una herida.

En fin, me he ido por las ramas, pero es lo que tiene el reflexionar sin cortapisa, pero lo que quería es desarrollar más el nacionalismo español de nuevo cuño. Tengo un hermano que está enamorado de España, de sus gentes, de su carácter, de su territorio, de su diversidad, de su gastronomía. Y yo no le quito ni un punto de razón, pero eso sucede, supongo, en todas partes. Donde hace aguas el proyecto unionista, en mi modesta opinión, es cuando tiene que plasmar, en lo concreto, qué es eso de ser española. Si cada una te dice una cosa distinta es que la cosa no va demasiado bien, casi mejor dejarlo.

Un poco como lo que decía antes, que igual no es demasiado útil la identidad y hay que ir a las cosas concretas. Las banderas y los símbolos no nos dan de comer, en eso estoy de acuerdo con la caverna. Los extremos se tocan.

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