Estoy degustando, no se si es la mejor palabra esa o más bien sufriendo, el excelente libro Barro más dulce que la miel. Voces de la Albania comunista, de la escritora y periodista polaca Margo Reimer. Menciono el país de origen de la autora solo porque hago un par de presupuestos, que igual son prejuicios, pero que allá van:
a) Muchas veces solo desde fuera de un Estado se puede conocer la realidad del propio Estado. Esto es fácil de imaginar en dictaduras, como la franquista, en la que se sintonizaba radio pirenaica para saber lo que ocurría dentro, pero que también pasa en democracia, a mi modo de ver, cuando tienen que ser periodistas extranjeros los que destapen escándalos que afectan al rey emérito y que tiran de la manta y dejan la realidad al desnudo.
b) Quizá por ser una persona nacida en un país que en su momento fue comunista puede ser una voz autorizada para hablar del comunismo. Tiendo a recelar de determinadas visiones que vienen desde ciertas ópticas, y tiendo a creer aquellas que han vivido en primera persona los hechos que se relatan o al menos realidades que se pueden parecer.
Otra cosa que me parece un acierto del libro, amén de su impecable formato físico, sus colores amarillo y rojo, su bonita portada y la calidad del papel, es su subtítulo: “voces de la Albania comunista”. Tengo la intención de ponerme en contacto con la autora a través de la editorial, y una de las cosas que les quiero preguntar es quién decidió ponerle ese apellido, sospecho que la editorial. Digo que es un acierto porque yo he dado con este libro a través de un boletín de la red de bibliotecas de la Diputació de Barcelona que anuncia sus últimas adquisiciones. Si el título se hubiese quedado en Barro más dulce que la miel probablemente no le hubiera hecho ni caso, pero todo lo que tiene que ver con Albania me atrae como mosca precisamente a la melaza, por lo poco que en general sabemos sobre ese territorio.
De hecho según escribo esta pieza me doy cuenta de que al menos tengo que hablar de dos anécdotas dos sobre Albania, pero prometo contar algo sobre el libro, al menos las más de 100 páginas que llevo leídas.
La primera anécdota tiene que ver con un viaje que recuerdo con mucho cariño y que sin duda fue un acierto. Si fuera una película se podría titular Fin de milenio en París. Barruntaba yo qué podría hacer de especial en el fin del milenio, que no siempre tiene uno la ocasión de vivir, y se me ocurrió que pasarlo en París sería una buena aventura. Se lo conté a algunos amigos y un par de ellos, Juan Carlos, alias Tito, y Juanma me dijeron que si, y allá que nos fuimos a pasar unos días a París. Allí nos hospedamos en un youth hostel, la primera vez en mi vida y la única hasta la fecha que lo he hecho. Otro acierto. Era uno grande, creo recordar cerca de la Gare du nord, en el norte de París. Allí descubrimos una gran camaradería, y multitud de gente joven, venida de muchos lugares de Eruopa y del resto del mundo, con ganas de divertirse.
Bueno no me enrollo más. Allí conocimos a unas chicas, una de ellas se llamaba Arsa, la otra no recuerdo. Y claro, el cachondeo estaba servido. Enseguida le explicamos, en nuestro inglés macarrónico, lo que significaba su nombre en castellano, aderezándolo con unas palmas imaginarias y un baile típico del sur. De hecho Juanma ha mantenido el contacto con Arsa, y yo la volví a ver décadas más tarde cuando acudió como invitada a su boda, la de Juanma. Esta persona era albanesa, aunque estudiaba y supongo que actualmente vive en Italia. Recuerdo de aquel fin de milenio en París su extraordinaria alegría y vitalidad, y cómo cuando le pregunté sobre la reciente guerra en los Balcanes me hizo alguna referencia triste a algún episodio que había sucedido con su hermano.
Años más tarde, trabajando en la cárcel para jóvenes de la Trinitat Vella, recuerdo hablar con un preso albanés. Si, “cárcel” y “preso”, creo que son las palabras adecuadas, y no “centro penitenciario” o “interno”. No recuerdo su nombre, probablemente dentro se referirían a él con un mote, pero si recuerdo una cicatriz que tenía en la frente. Era moreno, fuerte, casi de mi altura, y con algo de acné en la cara.
Hablando un día con él no se bien por qué me referí a Enver Hoxha como “el libertador”, supongo que es lo poco que recordaba de su país en la excelente asignatura que había estudiado sobre la Europa del este en la carrera, además creo recordar la última que aprobé y por tanto la que tenía más reciente. Recuerdo su cara, con una medio sonrisa, y que espetó en tono irónico algo similar a: “¿el libertador? Menudo hijo de puta”. Y entendía a la perfección que con toda probabilidad alguien que permanece al frente de un gobierno durante cuarenta años, cuyo régimen con toda probabilidad es una dictadura, pues igual es más probable que sea un hijo de puta que un libertador.
Bueno, igual esas anécdotas explican por qué siempre he sentido curiosidad sobre Albania, país del cual siempre nos había llegado durante mi juventud que era uno de los más herméticos del mundo. Supongo que la Albania actual se llama Corea del Norte. Tendremos que esperar a que caiga su dictadura, y que no llegue una aún peor, para poder empezar a entender algo.
El libro tiene en el lomo “9(496.5) Rej”, por lo que las más listas del lugar habrán sabido que está catalogado como un libro de historia. Es cierto, desde el momento que se trata de la recopilación de los testimonios de una serie de personas que sufrieron la dictadura en Albania, pero tiene una gran componente literario, en el sentido que no son preguntas y respuestas, ni una transcripción literal, sino que abundan los paisajes más o menos líricos, con el que se pretende sumergir a la lectora en la realidad de aquellos años grises y terribles. Como el del capítulo donde se usa el recurso literario del zapato para describir la vida de Albania.
Las historias que he podido leer hasta ahora son terribles, y demuestran, como se dice en el propio libro, que todo puede ir siempre a peor. A fuerza de ir conociendo más detalles sobre las distintas dictaduras que en el mundo han sido empieza a formarse una en la cabeza una suerte de siniestro mínimo común denominador de las mismas, allá van algunos de esos elementos:
a) Absurdo. No den por hecho que todo está cuidadosamente planificado, que cada decisión que se toma sigue un camino y que por ende cualquier persona que se aleje del sendero será castigada, no. Se dan bandazos, y aunque en general la población suele aprender muy rápido lo que no debe hacer, lo que no puede predecir es algo que en el futuro no se podrá hacer, o que incluso debería haber hecho.
b) Esbirros. Siempre he dicho que los Hoxha, Goebbels, Franco o Stalin de turno son muy conocidos, y tenía unos intereses concretos, que casi siempre pasaban por permanecer en el poder y luego ya se vería. Pero hay que prestar atención a las segundas, terceras y sucesivas espadas. A esa red de miserables que se escudan en el “¿y qué podía haber hecho yo? Si me negada sería la siguiente” para justificar su mezquina, delictiva e incluso asesina forma de ser. En el libro se mencionan estimaciones según las cuales hasta una cuarta parte de la población podría ser potencialmente delatora.
c) Música. Música, poesía, teatro, novela, etc. No recuerdo dónde lo leí, creo que en La fiesta del chivo, pero no estoy seguro, una de las primeras cosas que hacen las dictaduras es perseguir a las músicas (en plural), a las poetas, y a cualquier otra persona que cree. Lo que a mi me llama la atención es que haciendo una distinción igual algo superflua, me parece que es más sencillo ser subversivo con un artículo en un periódico, donde se pueden dar nombres, fechas, cifras, etc., que en una novela, donde lo mismo debe ser dicho por algún personaje, que igual hasta se refiere a una época pretérita, y que le corresponderá a la lectora atar cabos. Es cierto que igual una letra de una canción puede apuntar algunas ideas, como por ejemplo las del Cabrero, pero la poesía que podríamos tildar de “política” me parece puro ripio, y me echa para atrás como una mahonesa que lleva una semana en la nevera. Pero por supuesto debo estar equivocado acerca de lo inocuo de la poesía cuando todos los regímenes inmediatamente la proscriben, junto al resto de manifestaciones culturales. Supongo que lo que está prohibido es divertirse, soñar.
d) Previsión. Esto se da mucho en las dictaduras comunistas, donde se suele producir un macabro efecto rebote según el cual al salir del infierno en los noventa coincidiendo con la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la URSS, se entra en un infiero aún peor: el del capitalismo, añadámosle el apellido de “salvaje”. Las viejas del lugar hablan con nostalgia del sistema, que era bueno, era previsible, sabías lo que iba a pasar, no había opciones. Ahora todo es un caos, un “sálvese el que pueda”, hay demasiadas opciones.
e) Resiliencia. El libro cuenta cosas que le ponen a uno los pelos de punta. Una de las cosas que me han impactado más es el destierro de una persona a un lugar tan remoto que la aldea a la que va a parar no tienen ni siquiera nombre. La capacidad del ser humano de resistir es infinita. Me pregunto qué sería capaz de hacer yo, que cuando tengo hambre me pongo de mal humor, en un mundo así.
f) Mediocridad. Una de las cosas que observo con la oleada de venezolanos que llegan a la piel de toro es que suelen ser personas de un nivel socio cultural medio o medio alto. Es decir, que el que puede porque tiene posibles, tiene formación y una profesión, se larga. Es algo que lamentablemente pasa en todos los países destrozados, que las clases medias se van, y dejan al país yermo. Cuando además hay una dictadura no solo es que se pone entre rejas todo ese “capital humano” (menudo par de frases acabo de plasmar, parecen de un anuncio de Randstad), sino que se pone al frente al mediocre. En el libro se describe como a muchas universitarias se les envía a la cárcel, se asesina o se les envía a trabajar, y en su lugar se coloca a personas que solo habían llegado hasta el instituto. Eso si, lo de poner al mediocre también se da mucho en la empresa privada, ¿les suena?
Bueno, os dejo que quiero seguir leyendo. Como ya he dicho en alguna ocasión no me considero una persona morbosa, que disfrute con la desgracia, pero confieso que me atraen más esas historias que las príncipes y princesas.