Pseudociencia

Iba yo ahora muy ufano a ver si la ferretería del barrio estaba abierta para comprar una cuerda para el tendedero, y en el trayecto me he fijado en un cartel situado en un local de acupuntura. Por cierto, todo cerrado, supongo que por el toque de queda, ya no se sabe uno cual es la normalidad que toca, si la vieja, la nueva o la novísima. Rezaba el cartel:

“¿Puede servir la acupuntura para prevenir la Covid-19?”

Si fuera tuitero hubiera adjuntado la susodicha imagen y hubiera tuiteado, que es lo que hacen los tuiteros:

“Tanto como rezarle a Pocoyó”.

Hubiera sazonado la publicación con las inefables etiquetas, en este caso:

“#paparruchas #pseudociencia”.

Pero como nací en la dictadura franquista, aunque fuera por días, pues prefiero escribir, así, a lo clásico, sin que nadie me limite ni el número de caracteres ni lo que puedo decir.

El plafón refería un artículo publicado en prensa, indicando la fuente (elnacional.cat) y la fecha en la que se ha consultado. Hasta ahí todo bien, hasta parece que un wikipedista haya hecho el trabajo. Lo que no se dice pero se insinúa es que un medio de comunicación, aunque sea digital, refiere algo relacionado con la acupuntura, que es el negocio donde está colocado el plafón, por lo que no puede ser una engañifa. No lo digo yo, lo dice un medio de comunicación, aunque sea digital.

Es muy habitual apoyar una afirmación, sea esta tamaño disparate como el que he referido, en otros estamentos en los cuales el destinatario del mensaje confía. Y los medios de comunicación son parte de ese selecto grupo. Pero es que la cadena continúa. Si me hubiera leído el referido artículo, cosa que no pienso hacer, seguramente aparecería la palabra mágica: “un estudio”, término que sirve para designar desde un cuarto escobero a precio de millón en Barcelona, o una publicación.

Pero es que voy más allá, “el estudio” a veces no es más que un machambrao de otros “estudios”, que a su vez vaya usted a saber si alargan la cadena hasta casi el infinito. Es un tema muy largo, en el que ahora no voy a entrar, el mundo de las publicaciones, de lo que ahora finamente se llaman papers. No voy a hacer afirmaciones de trazo grueso del tipo todos mienten, o no me creo nada, pero si creo que algunos comentarios se pueden hacer al respecto.

Esta cadena de confianza hace que el perezoso receptor del mensaje, como es mi caso, se quede con el mensajero, el medio de comunicación, y en función de si le merece credibilidad o no, pues ya no necesita más: “lo han dicho en la tele”, creo que saben a qué me refiero.

La acupuntura es una pseudociencia, y a este servidor de ustedes le merece la misma credibilidad que rezarle a Pocoyó, como ya dije anteriormente. Y con la pseudociencia ocurre lo mismo que con Vox: ¿se le ignora? ¿Se le ridiculiza? ¿Se le combate? ¿Se le prohíbe?

Una voz mucho más autorizada que yo es Manuel Lozano Leyva, autor del libro El fin de la ciencia, que debo confesar que abandoné a media lectura, pero que tengo que rematar. En él el autor, que sí es un científico, se hace esas preguntas, y su tesis es que hay que combatirlas. Y entre otros motivos por algo que hasta ahora no he puesto por escrito, pero que tenía en el magín, y es que hay vidas en juego.

Pone como ejemplo el personaje que sugería que un preparado cuya base era la lejía podía curar el cáncer. ¿Cuantas personas han abandonado sus tratamientos y se han puesto en manos de desalmados como este? ¿Alguien se cree que la acupuntura puede hacer algo para prevenir un virus? Soy un completo ignorante en asuntos científicos, pero lo poco que se de virus me dice que por su propia naturaleza muy poco se puede hacer para no verse infectado por un virus, salvo lo que estamos haciendo ya: que corra el aire.

No voy a ahondar mucho más en el tema, porque creo que los que de alguna forma u otra entendemos el método científico y su producto, la ciencia, estaremos de acuerdo en que la inmensa familia de supercherías que se pretenden hacer pasar por científicas sin serlo no engañan a nadie. Y por supuesto aquellas personas que acudan a curanderos, o sigan tratamientos homeopáticos, no van a cambiar de opinión nunca. Me gustaría detenerme un momento en algo que para mi es mucho más controvertido, las mal llamadas, me la juego, lo afirmo, mal llamadas, ciencias sociales.

Aquí todo se quiere hacer pasar por ciencia, que está en la cúspide del conocimiento humano, y por tanto sirve lo mismo para vender más papillas de una determinada marca que para avalar decisiones o críticas de políticos. Siento chafarles las guitarra, que diría un catalán: no todo es ciencia, y no es ciencia ni la sociología, ni la psicología ni siquiera la economía. Son disciplinas valiosas, que aportan conocimiento, pero no son ciencia, la ciencia tiene una serie de propiedades, de las que no gozan las otras disciplinas.

A saber: se basan en la experimentación, en la posibilidad de que esos experimentos sean replicables y en la revisión por pares. Si yo me doy un sartenazo en la cabeza, y esta (la cabeza) me duele, pues voy y lo pongo por escrito. “Si usted se da un sartenazo en la cabeza esta (la cabeza) le dolerá”. Envío esa publicación a una revista, y esta envía el artículo a una serie de colegas que son tan tontos de repetir el experimento. Tras unos cuantos sartenazos, que no son otra cosa que réplicas del experimento original, y tras obtener los mismos resultados, a saber, cefaleas de agárrate y no te menees, la revista publica el artículo.

En un remoto lavabo de Wichita una científica lee mientras hace sus necesidades. Y como es científica no lee El Jueves, como hacía yo, sino la revista científica donde se ha publicado mi experimento. Una vez aseada según los estándares occidentales se dirige a la cocina a por una sartén, y baja al sótano para replicar el experimento. Esto mismo se produce en otros lugares del planeta. Nadie consigue resultados distintos. El artículo pasa a ser ciencia, hasta que alguien demuestre, mediante experimentación, que por el motivo que sea no es válido.

Pues bien, lo siento en el alma pero por muchas supuestas leyes que quiera elaborar la economía, o por muchos estudios con amplísima población que realice la psicología, el producto de sus estudios no es ciencia. Y no lo es porque les falta una de las propiedades mágicas de la ciencia (lo de mágicas es guasa, supongo que se detecta la ironía): la replicabilidad.

Insisto, por mucho que se hagan estudios con centenares de miles de personas y se les hagan preguntas o les sometan a situaciones como las descritas en El método Grönholm nunca se van a poder replicar esos experimentos exactamente en las mismas condiciones, por lo que no se puede considerar científicamente probado nada de nada.

De hecho el autor antes citado, Manuel Lozano Leyva, ponía en duda que Freud y sus muchachos pudieran ser considerados científicos. Nótese la finura de la duda, propia de un científico, y la arrogancia de mi ignorancia, donde yo afirmo que no lo son. Pero la idea, el punto que diría un sajón, consiste en lo que se construye a partir de estos estudios. Porque no es lo mismo que un estudio pase a considerarse ciencia a que no lo sea. Y siento ser repetitivo, pero que no sea ciencia no significa que no tenga valor.

Se pueden hacer “estudios” y experimentos por doquier, de lo más inopinado, y que intenten darnos la razón en aquello que pretendíamos demostrar. Me detengo brevemente en la economía, otra disciplina en la que me considero un ignorante. Sucede algo bien curioso, y es la querencia de muchos economistas por las matemáticas, que incluso hasta cierto punto es discutible que sean una ciencia, enseguida voy con eso.

Un libro de economía empieza a enumerar unas supuestas leyes, como la de hierro de los precios, y vomitan una fórmula matemática igual de inteligible que un jeroglífico egipcio. ¿Significa que por apoyarse en las matemáticas la economía sea una ciencia? La respuesta, a mi juicio, es que no. Dado que la economía es la gestión de los recursos para la satisfacción de las necesidades de la población su materia prima son las personas. Y éstas pueden cambiar de opinión en cualquier momento, no hay ninguna ley física (que si es una ciencia) que se lo impida.

Brevemente, porque me tengo que ir a hacer el mico con mi hija, dejo apuntado lo de las matemáticas, que dicho sea de paso tampoco es de mi cosecha, pero si que intuitivamente le iba dando vueltas hace ya algún tiempo. Dado su carácter extraordinariamente abstracto, las matemáticas son un constructo muy complejo pero que tiene un origen humano. No pretendo aquí desarrollar todas las derivadas de esa afirmación, pero si digo que a diferencia de la física y la química, que de alguna forma observan el mundo que nos rodea, la matemática va de ese mundo real, que tenemos delante, a otro completamente abstracto, con reglas propias.

Me recuerda en cierto modo al de la lingüística o la filosofía. Por supuesto que dos más dos son cuatro, pero lo son en un determinado contexto, que por su carácter artificial, igual tendría sorprendentes excepciones.

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