Paseo

Esta mañana estaba con yo qué se qué se yo, total que me he ido a dar una vuelta. Desde el confitamiento provocado por el tontunavirus son frecuentes los días en los que no se muy bien qué me pasa, pero que no estoy a gusto conmigo mismo. Suele manifestarse en forma de ansiedad, de mal humor, de tristeza, melancolía, etc. Últimamente cuando esto me sucede me digo “será cosa del tontunavirus”, bueno, más bien del confitamiento, y me calzo mis zapatillas, cual protagonista de película de los 80 y me lanzo a la calle.

Esta vez me apetecía ver el mar, y he optado por la bicicleta. Últimamente lo que hago es ir a caminar, pues eso me permite escuchar los podcasts que me alimentan el espíritu, algo tan necesario estos días de cierto desasosiego.

Pues bien, he cogido la bicicleta y cap a la playa que he ido. Bajo por la Rambla y trazo todo el litoral en dirección Girona. Lo que me ha sorprendido es la cantidad de gente que estaba jugando a voley playa, deporte que en mi juventud practiqué y que siempre me ha gustado. Y lo segundo que me ha sorprendido es que no menos de la mitad de las personas que estaban jugando eran mujeres. Cuando yo empecé a darle duro, hará treinta años, diría que ese porcentaje no llegaría al diez por ciento, pero no dejaba de incrementarse año a año.

El día no acompañaba, cielo encapotado y chispeando ocasionalmente, aunque no era del todo frío, y el viento, muy incómodo cuando se juega a voley playa, estaba ausente. Otra de las cosas que me llamó la atención, pero esto es completamente de mi cosecha y perfectamente puede obedecer a mi mente calenturienta, es notar un alto porcentaje de personas que parecen nacidas fuera de la piel de toro haciendo deporte.

Vayamos por partes. En primer lugar reconozco que puede ser una simple percepción mía, que no esté conectada en absoluto con la realidad. Pero siempre que voy por la Barceloneta y toda la playa, dirección Mar Bella, me fijo en las personas que allí se encuentran, y siempre me llevo la misma impresión. Y bueno, se preguntarán ustedes, si así fuera, ¿qué importa? Pues nada, pero como tengo que esperar a que termine la lavadora para poder planchar aquí estoy dando la turra lo mejor que se.

Sigo con mi perorata. En primer lugar determinar si alguien es de aquí o de acullá a veces cuesta. Yo me centro ahora en las personas blancas de piel, las que no lo son es más que probable que de primera o de segunda generación sean de otros lugares. De los blancos de piel su fisonomía y forma de vestir a veces deduzco, y puedo estar equivocado, que son de fuera. Y cuando les escucho hablar, pues ya salgo de dudas. Esos son mis poderosas técnicas empíricas para determinar el origen de los moradores del litoral barcelonés.

Por otro lado siempre me ha dado la impresión de que en esas zonas cercanas a la playa hay una sobrerepresentación de extranjeras respecto a aborígenes. De nuevo, ¿importa eso? Reitero, en absoluto. En el caso de este paseo matutino la mayoría de las personas en las que me fijé estaban moviendo sus cuerpos serranos, lo que está muy bien. Pero otras veces, ay qué tiempos, cuando este vetusto ministro tostaba su cuerpo en una toalla extendida en la arena de la playa tenía la ocasión de escuchar más conversaciones.

Y mi conclusión era la misma: muchas más extranjeras que nacionales, en proporción. No me atrevo a dar una explicación, probablemente es algo tan sencillo como son meses de vacaciones y hay mucho turismo, así de sencillo. Lo que sucede es que esto no solo me pasa con el paisaje humano playil, sino en otros ámbitos tan dispares como las radios libres.

Igual hay más cultura de lo que al otro lado del charco suelen llamar radios comunitarias, pero lo cierto es que solo juzgando el acento de las personas que hablan en los programas, que ojo pueden ser desde hacedoras de programas a invitadas ocasionales, veo de nuevo, en proporción, muchas más voces latinoamericanas que catalanas o españolas, como gusten ustedes denominarlas.

Aquí si tengo mi particular hipótesis, y es la necesidad de expresar y de comunicar. Sostengo que hay una diferencia entre cómo funcionan las dos ciudades más pobladas de la piel de toro, Madrid y Barcelona. En la primera, que no conozco tanto, siempre he tenido la sensación de que hay una gran cantidad de población nacida en Hispania pero no necesariamente de Madrid que ha acudido, como las moscas a la melaza, fundamentalmente por motivos de trabajo. El esquema es sencillo: hay más empresas que paguen mejor, y se percibe como mejor que quedarse en Linares, con una cuarenta por ciento de paro.

En cambio Barcelona funciona de otra forma. No digo que no se repita ese mismo esquema, pero no en la proporción de Madrid. Supongo que el idioma puede ser una primera barrera, pese a que en la práctica yo creo que no lo es. Si es cierto que hay muchas personas de fuera que trabajan, por ejemplo, en las startups de la ciudad, pero como digo no en la misma proporción que en Madrid.

Sea como fuere, si tengo cierto en esta primera caracterización, ahí viene un fenómeno curioso que se da en una y no se da en la otra ciudad. En la primera, como hay muchas personas que son de fuera, algunas de las cuales no tienen familiar en la ciudad, tienen una mayor necesidad de juntarse, de irse de cañas, de socializar. En cambio en Barcelona creo que hay un porcentaje mucho mayor de población oriunda de la ciudad y aledaños, y por tanto al tener un apoyo familiar quizá necesite menos de conocer y juntarse con otras personas.

Esto lo digo finamente, porque siempre se puede ver de otro modo, y es que las catalanas son unas rancias. Algo de eso puede haber, como el hecho, agudamente advertido por mi pareja de mus, de que cuando dos catalanas se saludan dicen “adéu”, mientras que por ejemplo en Andalucía, y supongo que en la mayor parte del planeta tierra, parece más lógico emplear la fórmula “hola”.

Bueno, que me voy del tema, que yo estaba hablando de paseos. Este como he dicho ha sido en dos ruedas, cuando lo más habitual últimamente es ir caminando. Dado mi estado anímico creo que ha sido un acierto, porque de vez en cuando creo que es bueno darle al cerebro un respiro, y no estarle metiendo a todas horas información. Cuando voy en bicicleta no escucho nada, supongo que es lo que el sentido común dice para no tener un accidente. Tengo la ocasión de, sin dejar de estar atento a la circulación rodada, echarle un ojo y una oreja a lo que me rodea.

Me gustar escuchar los sonidos; no es infrecuente escuchar pajarillos en plena ciudad de Barcelona. Me gusta ver los edificios. Habré pasado cuarenta veces delante, pero mi natural despistada hace que siempre descubra detalles nuevos. Y el mar, amigas el mar, para mi es absolutamente imprescindible. Igual transcurren semanas y semanas sin que nos veamos las caras, pero necesito saber que está allí, que lo tengo cerca. De hecho se manifiesta indirectamente al templar el clima, pero hay veces, como hoy, que necesito verlo.

Este verano, cuando me he quedado de Rodríguez, he ido en bicicleta también mucho por Montjuic. Es otro paseo muy agradable, pues la temperatura es más fresca y te plantas relativamente pronto en mitad de la naturaleza. Bueno, de lo que para un urbanita puede ser la naturaleza. Me gusta ir tomando todas las combinaciones posibles de itinerarios. Ha habido veces que he acabado en la Zona Franca, pero siempre descubro algo nuevo.

Por ejemplo recuerdo haber rodeado el Castell de Montjuic, y haber visto la explanada donde fusilaron a Companys.

No necesito, como alguna persona cercana, aderezar con tecnología mis paseos. No necesito saber ni cuántos metros he recorrido, ni cuantas kilocalorías he consumido, solo necesito tener la sensación de avance, de no estar detenido, y observar, ver lo que hay a mi alrededor. Paseen, amigas, paseen.