Parafraseando las “otras portadas” de El jueves, esta pieza se podía haber titulado “racismo”, o incluso “castas”, como la idea fuerza del libro Casta. El origen de lo que nos divide, de Isabel Wilkerson. Pero he decidido hablar sobre la inquietante, desasosegante y removedora sensación que me ha dado leer uno de sus capítulos, enseguida explicaré el por qué.
Antes quiero compartir una manifestación que he detectado en este siervo de ustedes y que tiene que ver con lo que la autora denomina “castismo”, como alternativa a “racismo”. La cosa es que últimamente frecuento más las bibliotecas que cualquier otro establecimiento, como bares o peluquerías, esto segundo por motivos obvios. La segunda novedad en mi comportamiento es que no voy con una referencia anotada, bueno, esta vez sí iba con una, pero me fijo en la sección de novedades y me suelo llevar algo de lo que hay expuesto, así, a lo loco.
La salvaguarda que hago es mirar con lupa qué me llevo, pues mi tiempo es escaso, y me fijo tanto en el qué como en el quién. En este caso era una autora, bien, me gusta ver el mundo a través del de las mujeres, que ya estoy cansado del de los hombres. Pues bien, llego a mi casa, esta vez, cosa rara, con dos libros bajo el brazo (literal) y tras comenzar a leer el primero de ellos, el ensayo, me da por ver quién era la autora, de la que solo sabía que era periodista. Mal comienzo, una periodista escribiendo ensayo, qué sabrá ella del tema, además un bestseller… Mi yo del pasado nunca hubiera tomado esa decisión, pero mi yo del presente es distinto, ni mejor ni peor.
Pues bien, cual es mi sorpresa que es negra. ¿Qué pensó un servidor, que por la Mama, no considera de sí mismo que es un racista? Pues sorpresa. Sin más, ni mal ni bien, sorpresa. ¿Me sorprende que una mujer negra no pueda escribir ensayo? ¿Me hubiera causado la misma sorpresa si fuera de la misma raza pero hombre? Me hice dos preguntas inmediatamente: ¿de qué diablos te sorprendes? Y tras una breve digestión de ese ramalazo racista, me hice la segunda: ¿recuerdas el último ensayo que leíste de una mujer negra? Y a día de hoy con una pequeña excepción, que situaría más en el terreno de los artículos de opinión que del ensayo, todavía no tengo respuesta.
Es posible que no haya visto el careto de todas y cada una de las personas que han escrito los ensayos que he leído, pero dudo que se me haya pasado el dato. Es curioso que no pasa en absoluto con el no-ensayo, por englobar todos los géneros que de una forma u otra son creativos y que se pueden plasmar por escrito. Es más, tengo un altar laico con algunas de ellas, como la gran Chimamanda Ngozie Adichie. ¿Quizá es que creo que una mujer no puede ser parte de la academia, de aportar algo al corpus del conocimiento humano? Bueno, es algo que tengo que ir digiriendo, pero mi yo consciente por supuesto rechaza, pero ahí lo dejo para el debate de cada una.
Volviendo al capítulo perturbador, esa es la palabra, el noveno, lo que más me ha removido es ver, porque es que se puede ver, el sadismo de las personas. Antes me gustaría volver por un momento a otro episodio quizá de “castismo”, de “machismo” o de cualquier otro “ismo”, pero de los chungos. Al principio de la obra, que vaya por delante apenas he comenzado, la autora cita tres grandes ejemplos de sistemas de castas, a saber, el yanqui, el de la India (el más conocido, creo) y el del III Reich de la Alemania nazi. De primeras tildé de ignorante, por yanqui, a la autora. Aquí ni raza ni género, chovinismo en vena, un yanqui es muy probable que sea un red neck y por ende un ignorante.
Pues bien, como dice el dicho, la ignorancia es muy atrevida, y sin necesariamente reafirmar, que la autora no lo ha dicho tampoco, que no hubiera otros sistemas de castas en otros lugares y momentos históricos, si que establece un para mi desconocido y siniestro vínculo entre la Alemania del III Reich y la legislación racista de los Estados Unidos de la época. Si es cierto que para la elaboración de las leyes contra los judíos (fundamentalmente) de los nazis se fijaron en las leyes contra los negros de los Estados Unidos, es que la cosa era seria.
Y ahí llega mi segunda sorpresa. Yo ya sabía que Estados Unidos es un país fundado en el racismo, en un pasado institucional, y en el presente menos formal, pero igual de real. Lo que no sabía, y perdonen mi ignorancia, era de su sadismo. Les invito a que busquen en las procelosas aguas de la red de redes un par de nombres, “Will Brown” o “Rubin Stacy”, y que luego seleccionen imágenes. Remataría ahora un “sobran las palabras”, pero no estoy seguro de tal cosa, igual conviene ir un paso más allá del puro morbo, y leer qué pasó con esas personas.
No voy a recrearme en detalles escabrosos, solo diré que hay documentos gráficos de auténticas barbaridades perpetradas, como casi siempre, por hombres, y como casi siempre, de raza blanca. Utilizo aquí el controvertido término “raza”, que prometo revisar e intentar dejar de usar, porque es una patraña, para que nos entendamos rápidamente. Básicamente los unos sacudiendo a los otros, y todas sabemos quiénes son los unos y quiénes los otros.
Pues bien, lo que reconozco que a mi edad todavía me sorprende es la necesidad del daño por el daño, del escarnio, del hacerse fotos, de anunciar la barbaridad que se iba a perpetrar, el incluir incluso a niñas para que vean el bonito espectáculo. Se me puede rebatir que hay que contextualizar históricamente cada hecho histórico, pero es que estamos hablando de cosas que sucedieron hace alrededor de un siglo. Puede parecer mucho tiempo, el suficiente para justificar o matizar la barbarie, pero precisamente el contexto histórico nos dice que había pasado el suficiente tiempo, se había generado el suficiente conocimiento, para que las protagonistas de esos hechos supieran perfectamente lo que estaban haciendo.
Dicho de otra manera, hay un componente de sadismo que creo merece ser tratado. Por supuesto que elementos más o menos clásicos de violencia, de aviso a navegantes, de todo lo que usted quiera se da en esos episodios de violencia “desde abajo”, podríamos decir, que fueron los linchamientos en los Estados Unidos, pero el hecho macabro de retratar tales “hazañas” creo, de nuevo perdonen mi ignorancia, que no tiene parangón.
Es muy resbaladizo meterse ahora a comparar el dolor de las personas, o las barbaridades que se hayan cometido en diferentes lugares y momentos históricos, pero creo que hay una pregunta que puede ser esclarecedora: ¿hay registro gráfico de barbaridades similares? El hecho de que haya fotografías de tales barbaridades, a mi juicio, es indicativo de varias cosas, que hacen de esos fenómenos algo trágicamente singular.
Lo primero es que ha sucedido en un momento relativamente reciente. Es obvio que en tiempos más remotos mayores barbaridades se han perpetrado, pero el hecho de que algunas de las documentadas hayan sucedido hace un siglo, las hace extraordinarias, en el sentido de afortunadamente no muy frecuentes.
Además la fotografía en aquella época era mucho más cara que ahora, no cualquiera tenía los recursos para hacer una. Eso indica que sucedió en un territorio relativamente rico, al que se le supone “avanzado”, y que contrasta por un lado una manifestación técnica de un país “rico”, la fotografía, con una acción bárbara, de país “atrasado”.
Tanto las crónicas de la época como algunas de esas fotografías atestiguan una absoluta impunidad, algo que puede no sorprender si se asume que esas turbas responden a un sentimiento de racismo institucionalizado. Pero es que, y eso es algo lamentablemente habitual cuando se producen esas explosiones de linchamiento, la muchedumbre jaleaba y aplaudía esos sádicos asesinatos. ¿Qué pensarían esas personas, algunas de ellas niñas, si vivieran ahora? ¿Seguirían pensando que era una buena idea, que era justicia, que se lo merecían?
Yo asumo, igual puedo estar equivocado, que las personas que acudían a presenciar tan macabros sucesos, los que compraban los souvenires, como fotografías, trozos de cuerda, mechones de pelo, etc. lo hacían de forma totalmente voluntaria. Es decir, a diferencia del que no levantaba la mano en un régimen nazi, o el feligrés que se hacía el remolón para acudir a la casa del Señor, no temían ninguna represalia si no participaban de la macabra ceremonia.
Ver con esos nuevos ojos la historia de ese país ayuda a entender esos fenómenos que se dan hoy, donde la policía, y a veces los paisanos, siempre hombres y de raza blanca, matan a tiros a otros hombres de raza negra.
Concluyo haciendo una asociación de ideas respecto a nuestra entrañable piel de toro. Las comparaciones son odiosas, pero al final, el que puede, elige el lugar donde quiere vivir. Y claro, se nos vende que los Estados Unidos es la tierra de las oportunidades, el imperio, y esas cosas. Y creemos que España es un país de bombo y pandereta, atrasado secularmente, etc. Pues bien, hace ya mucho tiempo que me ronda la idea de que este es un territorio extraordinariamente poco violento y racista.
Voy a ver si hay investigación académica al respecto, pero es algo que me sorprende, dada nuestra historia reciente. Y de verdad que mi afirmación no va en la linea de “no somos tan malos como nos creemos” o de cualquier otro triunfalismo absurdo. De hecho es todo lo contrario. Me sorprende que un país con una dictadura fascista de cuarenta años tan reciente sea un lugar poco violento. Pero es que además probablemente es uno de los menos racistas del planeta. Como digo es solo intuición, tengo que validar esas ideas, pero leer el libro de Wilkerson me ayuda a activar nuevos sentidos, a ampliar la mirada, y detectar esos fenómenos micro que envenenan nuestras vidas colectivas, y que vienen de algún lugar y pretender ir a otro, siempre en contra del débil.