Aunque de lo que me gustaría hablar hoy es de un libro, “El hijo del chófer”, no deja de ser un documental. Tiene la característica, eso si, de ser muy novelado, con mucha presencia de un narrador omnisciente que interpreta y opina. Se ve pues la mano del autor, Jordi Amat, con más frecuencia de lo que podríamos decir que es habitual en un documental, sea este escrito o filmado.
Adelanto ya mi tesis: a mi por lo menos me tienden a gustar los documentales más por la temática que por la calidad intrínseca del mismo. Si el documental habla de un tema que me gusta, es muy probable que el artefacto, literario, sonoro o gráfico, me acabe gustando. Me cuesta desprender el mejillón de la cáscara, y poder contemplar, analizar y si s’escau, juzgar, al envoltorio. Últimamente pongo como ejemplo “The last dance”, que para mi es brillante como documental, y narra una época que conecta con lo más profundo de mi y me trae unos muy buenos recuerdos. Me predispone positivamente y ya no puedo juzgarlo (tendré que encontrar otra palabra, esa no me gusta) de manera imparcial, tomando distancia.
Como libro “El hijo del chófer” no me ha gustado, pero la época que narra y el personaje, Alfons Quintà, me han enganchado hasta el extremo de ventilarme su lectura en menos de una semana. Tampoco es una gran proeza, es un libro de 250 páginas, pero con lo que me cuesta últimamente mantener un leve atisbo de concentración en algo que no tenga una pantalla es todo un logro. Ya he dicho anteriormente que al menos a mi la lectura de un libro físico me hace un bien indescriptible, es la mejor terapia para desengancharme de lo digital, que a largo plazo creo produce más infelicidad y frustración que otra cosa.
A lo que iba, la historia fascinante, los personajes increíbles, y el cómo lo cuenta la verdad que… no se muy bien cómo terminar la frase. Sin pretender hacer una crítica en base a un conocimiento que no tengo desde el punto de vista periodístico o literario solo diré que en esos pasajes donde habla el narrador, y donde se permite algo de libertad a la hora de juzgar los hechos, de opinar o a veces elucubrar, pues no me acaba de convencer. Quizá otros autores tienen más gracia a la hora de escribir, pero su estilo no me acaba de convencer. Lo digo porque el género que utiliza el autor podríamos denominarlo “crónica ficcionada” o algo así. Narra los hechos, pero entre las lagunas que transcurren entre un hecho documentado y otro, pues tira de eso, opiniones, sensaciones, lirismo, hipótesis, etc., y no acaba de brillar literariamente.
Bueno hasta aquí mi opinión entre el artefacto literario y su contenido. Vayamos ahora, sin hacer demasiado spoiler, como dice ahora la muchachada, al contenido del libro. De hecho me interesa expresar aquí no tanto el contenido del libro sino sus circunstancias.
Todo empezó, como ya dije en una pieza anteriormente, una noche de sábado noche dueño y señor de dos plazas claves en el salón de casa: el sofá y el mando a distancia. Quizá como consecuencia de tan aplastante posición de fuerza estaba, además, solo, por lo que me podía entregar al siempre autosatisfaciente placer del cambio de canales compulsivo, o zapping. En una de esas vi en el programa de FAQs al autor del libro, Jordi Amat, y a otra persona, cuyo nombre no recuerdo pero que había trabajado con el protagonista de la historia, Alfons Quintà, en los primeros años de TV3.
Como dije no tenía la menor idea de quién era el personaje, pero lo que se contó en esa entrevista, y el luctuoso final del personaje, que lamentablemente se llevó por delante, para variar, a una mujer, me generó una curiosidad insana por conocer todos los detalles, y me compré el libro.
Debo decir, y esto creo que no es una casualidad, que la calidad media de los libros que se editan en España son de una calidad muy superior a los que se editan en Reino Unido. La portada, el grosor del papel, la encuadernación, los márgenes en las hojas, la tinta, etc., de este libro, editado por Tusquets, es incomparablemente mejor que otro libro que compré en inglés, editado por Penguin Random House. Y no es ninguna tontería, porque mi vetusta vista puede leer en cualquier condición ambiental uno, y no el otro, que por lo abigarrado de su letra, lo prieto de sus hojas, la mala calidad del papel hace que solo debajo de un flexo de la Gestappo pueda alcanzar a identificar las palabras que leo.
Si el protagonista es Alfons Quintà, uno de los secundarios es sin duda Josep Pla. Y lo que son las cosas, hace años me regaló mi santa y leí debo decir con algo de desidia, pero con interés, el libro “La vida lenta. Notes per a tres diaris (1956, 1957, 1964)”. Y recordaba perfectamente como se hacía referencia a un tal Quintà, a la sazón el padre del infausto Alfons, que le llevaba y le traía a su mas y con el que se iba de comidas y cenas día si y día también. Tengo los dos libros delante cuando estoy escribiendo esto, bueno, al lado, porque si no no vería ni la pantalla ni el teclado del portátil, y la verdad es que produce una sensación muy agradable. Me conecta con los tiempos en los que para hacer un trabajo de clase había que consultar libros, casi siempre enciclopedias, y debías pasar páginas para encontrar lo que te proponías. Y claro, cuando el hallazgo se producía, la satisfacción era, y ha sido en mi caso, enorme. Una tontería, lo se, pero es solo un ejemplo más del paso de lo analógico a lo digital. Ahora tu navegador de confianza te escupe la respuesta a la cara no ya justo después de formular la pregunta, sino que es tan descarado que te completa la pregunta, no sea que te equivoques al formularla. Vamos, que cuando tu vas ella ya vuelve.
Dos cosas son las que me han impactado más del libro. Una es por supuesto conocer la figura del personaje, Alfons Quintà, que yo particularmente no conocía. Probablemente, y así lo confiesa el autor en el epílogo, fue sencillamente una persona mala. Se puede hacer un ejercicio freudiano de entender por qué, si fueron sus padres los causantes, todo lo que usted quiera. Pero mi santa dice, y en eso estoy completamente de acuerdo con ella, que en la vida hay personas que sencillamente son malas. Personas que, a sabiendas, y sin que nadie les ponga una pistola en la cabeza, hacen daño, muchas veces ni siquiera para obtener una ventaja para si o sus allegados, o para destruir una potencial amenaza o enemiga. Sencillamente por el placer de ver el efecto que el mal tiene en la otra persona, tan sencillo como eso.
Si antes dije que uno de los secundarios era Pla, en un libro por otro lado hiper-masculino donde muy pocas mujeres aparecen, el otro sin duda es el pujolismo. Digo el pujolismo porque aunque su alma mater, Jordi Pujol, aparece con nombre y apellidos, y se habla mucho de él, sin duda hay toda una caterva de personajes, casi todos hombres, a su alrededor, como Prenafeta, por ejemplo, que construyen todo un virreinato que duró más de veinte años.
Si debemos unir al protagonista, Quintà, y a uno de los secundarios, el pujolismo, el nexo de unión entre ambos es el caso Banca Catalana. Yo recuerdo de pequeño el gran impacto que tuvo el caso, destapado por Quintà y que podríamos decir que fue su gran momento, el hecho que le catapultó a la fama. Si se descontextualiza el hecho es difícil de entender el por qué tuvo tanta importancia, y por qué significó un antes y un después en la construcción de la incipiente autonomía política e institucional de Catalunya. De hecho con todo lo que ha pasado, en especial con la podredumbre del Borbón y del PP, hasta casi parece un juego de niñas el caso Banca Catalana.
Si en algo se parece aquello y lo de ahora es que en un momento en el que el poder judicial debe tomar una decisión que podría afectar negativamente a un poderoso, decide protegerle. Así sucedió cuando en 1986 se decidió no procesar a Jordi Pujol. Lo que pasó después no tiene tanta trascendencia política, lo que fue relevante es que el virrey escapó.
Como en el documental que antes mencioné, “the last dance”, el libro de Jordi Amat me ha conectado con aquellos años de mi infancia en los que transcurren los hechos. Recuerdo perfectamente el nacimiento de TV3, cuando yo era un niño, y cómo las emisiones comenzaban por la tarde. Copiamos con boli en un papel, pegado con celo a una pared, la parrilla de la misma, donde destacaba a mi juicio de entonces, por motivos de edad, y de ahora, la calidad de sus dibujos animados. Quién iba a saber, años más tarde, que la persona que fue elegida por Pujol para llevar a cabo el despliegue de esa televisión iba a ser tan malvado.
Otra cosa que me llama la atención del libro es esos juegos de poder entre segundas y terceras espadas, y cómo los que antes eran enemigos acérrimos, se pueden convertir en aliados. Esto es lo que sucede cuando Pujol, atacado despiadadamente por Quintà desde El País por el caso Banca Catalana, recibe el encargo de crear TV3.
Y otro contexto que es necesario tener presente para entender la trascendencia del caso Banca Catalana en particular, y de los hechos que se narran en el libro en general, es el momento seminal del desarrollo autonómico de Catalunya. Ahora damos por hecho muchas cosas, pero a finales de los setenta y principios de los ochenta, las cosas sencillamente estaban muy verdes, y había margen. Había margen para que cayeran de un lado o de otro. Un ejemplo es la puesta en escena del recién elegido President Pujol, arropado de miles de personas, y que transita desde el Parlament de Catalunya a la Plaça Sant Jaume, sede de la Generalitat, para realizar un discurso en el que se identifica el ataque contra su persona por el caso Banca Catalana con el ataque a toda una nación, Catalunya.
¿Les suena la estratagema?