Compras

Una de las polémicas del día es el consejo de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de hacer las compras navideñas en el comercio de proximidad y no en Amazon. Claro, y eso es carnaza para este sectario ministro sin cartera.

Vaya por delante que la idea es buena, en varios sentidos, y que adolece de otros problemas, a mi juicio, que se manifiestan solo a medio y a largo plazo. Vayamos por partes. Es buena porque el consumidor en la actualidad tiene más poder que el trabajador, o dicho de otro modo, en un momento histórico en el que vamos a ver deshacerse como a un azucarillo en carajillo la importancia del factor trabajo en la producción de bienes y servicios, lo que de momento no van a hacer las máquinas es comprar. Es mucho más lesivo para los intereses de una transnacional, pongamos por caso Amazon, una huelga de consumo que una de producción. Por tanto el mensaje es correcto, las consumidoras tenemos poder, y en función de nuestras decisiones pueden suceder unas cosas u otras.

Es acertada también la reflexión, aunque pueda parecer evidente, de que comprar y por tanto consumir bienes y servicios que como mínimo se venden cerca es mejor que comprar a una transnacional que como bien señala nuestra alcaldesa en el corte de voz que he escuchado esta mañana apenas deja riqueza ni paga impuestos. Si uno tira un poco más del hilo quizá la producción ya es otra cosa, o mejor dicho, habría que hilar fino y distinguir el punto de venta del lugar en el que se produce el bien o el servicio. Probablemente la muñeca que se compre en una tienda de barrio ha sido fabricado exactamente en la misma megafactoría que si la hubiésemos comprado en una gran tienda en línea. Pero no solo eso, el camino que hayan podido seguir los objetos físicos en un caso y en el otro será bien parecido. La gran diferencia, siguiendo este ejemplo, es que la tienda de barrio paga impuestos en la ciudad, y contrata una persona que vive más o menos cerca, mientras que en el otro caso ni lo uno ni lo otro probablemente se de. Ahí hay una diferencia, que si la administradora púbica fuera eficaz, pues redundaría en el bien del consumidor, cual efecto mariposa positivo. Insisto, si la política de turno hiciera bien su trabajo, que es mucho decir.

Pero bueno, por lo menos habría un escaparate, una tienda física, y una persona atendiendo, un puesto de trabajo, algo que dota de sentido al menos una vida, y que de retruc, como se dice por aquí, paga sus buenos impuestos.

Parece que ha contra-atacado Amazon diciendo que si hay 2.000 proveedores locales con los que trabaja que se verían afectados, o cualquier otro argumento parecido. A poco que uno analice la información y su modelo de negocio llegará a una conclusión: haz el favor de crear empleo, de no quedarte con el cuarenta por ciento de cada venta, y de pagar impuestos, majo (porque casualmente el dueño es hombre), y déjate de historias.

Pero ahora viene, no podía ser de otra forma, la crítica destructiva y cainita de la extrema izquierda, el no a todo. Y es que hay dos perspectivas: la posibilista y la radical. La primera, que yo le atribuyo a la alcaldesa Ada Colau y por extensión a sus correligionarios de partido-movimiento, la puedo entender perfectamente, mejor eso que no tener nada, etc, pero no la comparto. Y no la comparto porque me considero radical, como ya he dicho en muchas ocasiones, porque intento ir a la raíz del problema. Y un gran problema: consumismo.

Lo primero que habría que cuestionarse seriamente es: ¿de verdad hay que por narices hacer “compras”? Siempre me ha gustado ese concepto, “ir de compras”, “disfrute de sus compras”. Yo odio ir de compras, soy El Grinch de las tiendas. Nunca podré agradecer suficientemente que las personas que han estado conmigo se hayan encargado de eso que para mi es un suplicio. Estoy hablando sobretodo de ropa y regalos. No tengo problemas en fusilar una lista previamente confeccionada de consumibles y a la semana siguiente vuelta a empezar. Pero eso de, por placer, insisto en el detalle, por gusto, ir “de tiendas”, nunca lo he soportado.

¿Por qué digo esto? Porque no tengo ningún problema con que a las peques se le regale algo por su cumpleaños, por navidades o por el deceso de Franco. Todo lo malo que personas sectarias le puedan encontrar lo compensa con creces la ilusión que les hace, y que creo hablar en nombre de todos, nos hacía, cuando éramos pequeños. El problema lo veo cuando vaya usted a saber por qué hay que hacer “compras”. Se me puede objetar que precisamente esas compras son esos regalos para esas niñas. Hasta ahí bien, pero o somos conejas que parimos de diez en diez o aquí hay alguna adúltera a la que le está cayendo regalito, y a veces de a dos, uno por Papá Noel y otro por reyes. ¿Es necesario que por narices nos regalemos algo? ¿Es necesario los atracones de comilonas de postín que muchas veces no podemos pagar? ¿Hay que darle todos y cada uno de los caros carísimos caprichos que nuestras vástagas nos exijan? Ni calvo ni tres pelucas. Hasta una cierta edad, en mi opinión, no pasa nada por hacerles un regalillo. Luego, pues, bueno, la cosa cambia.

Claro, y ¿quien soy yo para decidir lo que tienen que hacer las personas? Nadie, pero que se sepa que esos actos luego tienen consecuencias. Y en eso el capitalismo es maestro, en separar hasta la desconexión lo que uno hace y la que ha liado, o mejor dicho, actos de las consecuencias producidas, por ser justas, por la acumulación de muchos actos.

Resumiendo, que igual lo que hay que hacer es no comprar porque alguien diga que hay que comprar, lesione eso o no lesione al tejido productivo y se afecte así negativamente a una trabajadora del comercio. Ya se le encontrará un lugar mejor, si fuera el caso, a esa persona que ha perdido su trabajo porque hay menos consumo. ¿No era así como funcionaba el perfectísimo mercado de trabajo?

Y ahí nos damos un poco de bruces con la realidad, y de nuevo volvemos al punto de partida, donde la posibilista podemita y la radical sectaria se vuelven a ver las caras. ¿Qué hacemos en el “mientras tanto”? En el “mientras tanto” llegamos a una forma de organizar la economía centrada en las personas, alejada de la mística de la sociedad industrial y el crecimiento infinito. Lo admito, los posibilistas, reformistas o como se les quiera llamar tienen su parte de razón. Es una forma no traumática de…. Pues a mi juicio de darle una patada al balón y hacer más daño que otra cosa, y diré el por qué. Los problemas hay que afrontarlos y no ocultarlos. Cuando surge un movimiento de masas como fue el 15M y decide “asaltar el poder”, lo que está haciendo, y odio hablar como el cuñao del “ya lo dije yo”, es perpetuar el sistema. Por más que se intente, un sistema nunca se ha cambiado desde dentro, se diga lo que se diga, y la historia está ahí para atestiguarlo. Si hay un problema, que estalle, y entonces que se busque la solución porque no quedará otra, habrá un conflicto y habrá que atajarlo.

Lo contrario es desproblematizar algo que es realmente jodido, e intentar ese buenismo de rebajar las aspiraciones de una para que el poderoso no se ponga nervioso y nos deje permanecer en el poder un ratito más. Firmeza con la vivienda, que no es una mercancía, sino un bien de primera necesidad, y coherencia con el consumo responsable. Y ojo que en un asunto y en otro el partido-movimiento que arropa a la alcaldesa creo sinceramente que tiene un posicionamiento claro y acertado. El problema es cuando desde el poder se quiere llevar eso a cabo. Hay que reconocerlo, de momento al menos, no se es capaz.

El consejo de este viejo y amargado ministro: compren lo que necesiten y háganlo siempre, no solo porque se acerca la Navidad y tenemos que ser todas buenas.

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